El vino en el franquismo

20 septiembre 2022

Para entender mejor las razones por las cuales nos cuesta más exportar nuestros vinos por calidad que por precio, hay que mirar al pasado donde ha funcionado mejor el espíritu de suministradores de materia prima que de comercializadores de marca. Sobre un hecho que viene desde el siglo XIX, el régimen de Franco agrandó este fenómeno instituyendo la producción por encima de la calidad.

Los regímenes autárquicos de cualquier signo político, tienen un punto en común en el lado social del proteccionismo a la producción, alejado de un análisis de la realidad. Stalin acabó con el prestigio del Massandra para intervenir la producción de gigantescas cooperativas de vinos infectos con entregas obligatorias al Estado. En España, tras la Guerra Civil, el “Movimiento”, título adoptado por el régimen de Franco para no confundirlo con “revolución” de tinte comunista, potenció el cooperativismo, al amparo de la ley de 2 de enero de 1942, con ayudas a la reconstrucción de las instalaciones, con controles y subvención a la inmovilización de stocks, compra de excedentes y, sobre todo, a la entrega obligatoria de vino para la destilación, hasta el punto de que muchas bodegas plantaban viñedos solo para este fin.

Las cooperativas, los gigantes del vino

La herencia que dejó el Régimen en los años Setenta, alcanzó un total de 855 cooperativas, con una producción de 28 millones de hectolitros anuales (prácticamente el 60 por ciento de la elaboración española) y el mantenimiento del mayor viñedo del mundo como una fábrica de excedentes, sin correspondencia con la comercialización, lo que motivó la eterna venta de saldo de nuestros vinos comunes. Las cotizaciones se establecían por “hectogrado” es decir, anteponiéndose el grado alcohólico a la calidad.

El cooperativismo de aquellos años nada tenía que ver con el de hoy, con un perfil más enológico y comercial. Entonces en su gran mayoría eran meras entidades de transformación de uva en vino, con planteamientos asamblearios alejados de una cultura empresarial,  dejando la comercialización en manos de los intermediarios, corredores y embotelladores, los cuales obtenían las mayores ganancias.

Las bodegas, sobre todo en Castilla-La Mancha, eran de dimensiones desmesuradas sin ningún valor estético. Muy al contrario, a comienzos del siglo XX, cuando en Cataluña se crearon gran número de cooperativas cuyas dimensiones eran proporcionales a la producción del territorio, añadiendo una estética a sus edificaciones de la mano de los más insignes arquitectos de la época, como Cesar Martinell, Puig i Cadafalch, Lluis Domenech y su hijo Pere Domenech i Roure, todos de la escuela de Gaudí. Una arquitectura que, por su belleza, hizo que fueran consideradas como como “catedrales del vino”.  

Olfato vino

La exportación subvencionada

Para hacerse una idea del peso de los graneles, en 1963, solo la Rioja -que ya era la“creme” del vino español- exportaba un poco más de 2 millones y medio de litros embotellados, frente a los 14 millones de granel enviados en cisternas, bocoyes y garrafones. Cualquiera se puede hacer una idea de los porcentajes del resto de las zonas, con diferencias aún mayores. Entre 1957 y 1975, el mayor volumen de las exportaciones de vino común se enviaba a nuestros eternos compradores:Francia e Italia, seguidos de los países del área soviética, como Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, la URSS y los países de habla francófona de África,con los precios a medida del importador gracias a las ayudas estatales. Una tercera parte, un millón y medio de hectolitros, lo constituían los vinos de Jerez, Montilla y Málaga, siendo su comercio el 60% a granel.   

Boca vino

De los 4 millones y medio de hectolitros exportados por España, 3 millones eran a granel y el resto vinos de calidad de D.O. Gran parte de este vino salía del puerto del Grao en Valencia expedido por las bodegas Gandía Pla, Senk, Cherubino Valsialcomo, Vinival y Augusto Egli. Al tiempo que se arrancaba el viñedo de Castilla y León, se fue sustituyendo por los plantados en Badajoz, Castilla-La Mancha y Murcia. La calidad de la primera cedió al volumen de la segunda. En 1877 había 170.000 hectáreas en Castilla-La Mancha. A principios del siglo XX subió a 379.000 y el cenit de producción lo alcanzó en los primeros años Ochenta con 800.000 hectáreas. 

 Las denominaciones de origen del "régimen"

Durante la República, en virtud de las recomendaciones del primer Estatuto del vino de 1932, se pusieron las bases para el reconocimiento de las primeras denominaciones de origen para los vinos españoles. Las recomendaciones del citado Estatuto, redactado en un tiempo democrático, no eran tan economicistas como las que más tarde se crearon en los años del franquismo. Seguían una normativa ilustrada de las denominaciones francesas, protegiendo del intrusismo el tejido socioeconómico de cada zona. Las historias consolidadas de Rioja y Jerez las hicieron pioneras como primera y segunda respectivamente. En el caso de Málaga, Montilla-Moriles y Huelva, se reconocieron por la influencia de Jerez, mientras que Valdepeñas se creó merced a su mercado consolidado en Madrid y Andalucía.  El ejemplo de Alella fue debido al auge que en aquellos años tuvo su vino en Cataluña mientras que Ribeiro, se aceptó por su tradición vinícola casi medieval.   

Durante el periodo franquista, las Denominaciones de Origen comenzaban a ser un factor potencial en las exportaciones, no tanto por el concepto de origen del vino como por ser un label más comercial en los países de destino, ya fuese a granel o embotellado. Gran parte de los vinos que se exportaban procedían de zonas sin D.O., aunque con escaso interés en crearlas por parte de sus viticultores y bodegueros. Las ventas al por mayor les iba bien y la D.O. suponía ciertas disciplinas.  El vino como materia prima estaba estatalizado por el Ministerio de Agricultura, con un relevante papel del Sindicato vertical de la Vid y el peso del Grupo de Exportadores de El Grao, artífice de las mayores ventas al exterior del vino español durante la Dictadura. Ello aceleró la creación de las denominaciones de origen en los territorios que produjeran vinos de color, volumen y grado como elementos imprescindibles en la exportación. Así nacieron a la vez en 1957 las D.O. Valencia, Utiel-Requena y Alicante, a las que se sumarían La Mancha en 1960, Jumilla en 1965 y Almansa en 1966.


Boca vino

Otro ámbito mercantilista fue Tarragona, cuya D.O. se creó en 1947, atendiendo a las demandas de los exportadores ubicados en Reus y en el puerto de Tarragona. En los años Cincuenta, después de Jerez, Tarragona llegó a ser la marca-origen más importante de los vinos españoles en los mercados europeos. Al rebufo de este comercio no se tardó más de 7 años en crear la D.O. Priorato, siguiendo los intereses de los exportadores del puerto tarraconense, que adquirían el vino a las cooperativas.

Con el mismo signo nació la D.O. Penedés en 1953 para los provechos exportadores de las grandes bodegas, como Torres, Masía Basch o Monistrol, entre otros pocos, como simple contraetiqueta comercial. Ya bien entrados los años Ochenta, esta denominación seguía sin tener un reclamo propio y estaba más en el papel que en la identidad de los vinos.

Dos fenómenos que culminan estas prisas fueron la D.O. Yecla y la D.O. Cheste. La primera fue creada en 1975 para facilitar la exportación de los vinos de la Cooperativa La Purísima, la única de la zona y una de las más aguerridas de España en el comercio exterior con la Unión Soviética. La segunda fue la fugaz D.O. Cheste, en la provincia de Valencia, en 1957. Esta nueva D.O. de vino blanco completaba el círculo de suministradores con las distintas contraetiquetas de la provincia. Las bodegas del Grao, en un juego de intereses, embotellaban indistintamente tintos y rosados con la contraetiqueta de Utiel-Requena o Valencia, según los mercados, y el blanco con la vitola de Cheste. Esta última dejó de existir a principios de los Ochenta por su escasa repercusión comercial y su invisibilidad cuando se reordenó la provincia con las subzonas del Clariano, Alto Turia y Valentino, hoy integradas en la Comunidad Autónoma de Valencia.

Así pues, el baldón de este relato nos sigue pasando factura para vender nuestros vinos de calidad. Despojarnos de él nos va a costar muchas hojas del calendario.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.