Viña vieja: La herencia de la miseria

27 July 2022

La viña vieja es el valor más estimado para el que compra o posee un viñedo. Se dice que el vino nace en el viñedo y, si es viejo, el vino será mejor. ¿Es cierto que una cepa anciana da más calidad que una joven? El asunto tiene su miga.

He dicho en varias ocasiones que las viñas viejas se hallan en su mayoría en los territorios más pobres, no solo por sus suelos sino, también por hallarse en las zonas de gran minifundio con más penuria económica. Es la herencia de la pobreza de agricultores que, al no lograr un mayor rendimiento, abandonan las viñas porque ni siquiera tenían dinero para arrancarlas. De una desgracia nace un valor. Según el Catastro Vitivinícola editado en 1977, la mayoría del viñedo viejo fue plantado después de la filoxera hasta 1936 y entre 1955 y 1970, momentos en que la actual España vaciada estaba llena y, por lo tanto, el cultivo era rentable, aunque en su mayoría fuera destinado al autoconsumo. Galicia, Comunidad de Madrid y Canarias todavía mantienen más del 85% el viñedo plantado antes de 1980.


Cepa de 1905 de Ribeira Sacra 

Cuando la viña vieja daba vinos mediocres

No obstante, no he sido un obseso de la viña vieja, aunque me guste la viticultura subterránea de las raíces con todo su misterioso universo microbiano. Cuando hace 45 años comencé a recorrer las viñas y bodegas de España, prácticamente todos los viñedos eran viejos, salvo el Marco de Jerez, con sus vinos, en su mayoría mediocres y, además, afectados por virus. Cepas podadas “de aquella manera” para dar más producción, con vinos acuosos y sin carácter. No se tenía en cuenta la edad, solo la producción. No existían planes de reconversión ni replantaciones. Cada uno cogía un esqueje de una cepa propia o la que le daba el vecino, y así iba ampliando el viñedo planta a planta. En aquellos años, ni siquiera la viña vieja se libraba de la impresión de que todo lo viejo es algo desgastado y pobre. Sus cosecheros veían con envidia aquellas cepas del llano rebosantes de racimos. Lo moderno era arrancar y plantar de nuevo cepas seguras, con un marco de plantación fácil para introducir el tractor, algo que en las zonas olvidadas no se podían permitir.

En la segunda mitad de los 80, en la Rioja hubo un frenesí del arranque de valiosas hectáreas de viñas viejas, sustituyéndolas por el tempranillo, sobre todo, de viveros navarros, más productivo y cultivados en suelos atestados de potasio. Desgraciadamente, según el Ministerio de Agricultura, entre 1985 y 2005 se plantó el 53% del viñedo actual de esta D.O. Cepas que presentaban al principio unos racimos abundantes, relucientes pero desequilibrados, aunque años más tarde bastantes parcelas se regenerarían.

La ciega subvención del arranque 

Lo más sangrante en otras zonas fue el arranque de muchas viñas pre y postfiloxericas, fruto de las subvenciones de Bruselas destinadas para reordenar y equilibrar producción con viñedo.  La principal víctima fue la viña vieja porque era la que menos producía, la mayoría en manos de abuelos y sin relevo generacional que la mantuvieran. Esto ha ocurrido hasta hace nada sin sacar provecho de las viñas veteranas, cuando la uva se pagaba igual, fuese o no de viña vieja. Grandes extensiones de 60 y 70 años pertenecían a las cooperativas. Incluso en aquellos años, el viñedo, de cultivo anárquico con marcos de plantación de su padre y de su madre, nos parecía más feo frente al retrato bordelés de la espaldera recortada, geométricamente alineada. Esta figura se introdujo en la Rioja de la mano de Domecq, cuando en los primeros años de los 80, compró de un tacazo 700 hectáreas, cultivándolas muchas de ellas en espaldera, sin un estudio previo sobre si esta fórmula podía dar calidad, más allá de las ventajas de la mecanización.

Este arranque subvencionado de cepas para convertir la viña en barbecho, me afectó tanto que, hace 7 años, tuve la idea de crear una fundación para la conservación del viñedo viejo como patrimonio nacional. No entendía que no hubiera ninguna institución que protegiera esta masa vegetal, al menos a partir de una edad mínima de 60 años. Bruselas sabía lo que todos sabemos y es que a España le sobra viñedo sin tener en cuenta esta excepción. Pero mi intención no solo era para producir vinos de calidad y respetar el paisaje, sino también para evitar la erosión del terreno, y más, con el cambio climático. Si hay un país que más lo necesita es España como territorio más árido de Europa. Los vientos, la sequía y lluvias intensas se han generalizado en los últimos 15 años, de modo que las profundas raíces de estas cepas son una hermosísima barrera contra la erosión y, si la viña está bien cuidada, es un excelente cortafuegos de los incendios. Pues bien, hablé con Rafael del Rey, responsable del Observatorio del vino, para que me informara de los trámites precisos para crear la fundación; pero la burocracia, el día a día del propio trabajo, y la edad, me desinflaron para tal empeño.

Cepas centenarias en Bierzo

¿Qué valores posee una viña vieja?

La viña vieja te regala una profunda y extensa masa radicular (raíces) que busca el agua segura en los abismos del suelo, recogiendo toda una suerte de minerales y de microorganismos que nutrirán la cepa en una autogestión equilibrada. Algo así como el orfebre de la uva. 

Viñas viejas abandonadas en Segovia (2005)

Una viña cuya masa radicular se convierte en un reservorio hídrico, capaz de sortear los vaivenes de los años secos y húmedos mejor que las plantas jóvenes. Si a ello sumamos la magia de los terrenos abruptos, con mayores dificultades para obtener agua, el resultado será aún mejor. Cepas con mayor capacidad para resistir las enfermedades, con menor producción, pero que proporcionan una uva más equilibrada y con mayor expresión de la naturaleza que le rodea, tanto aérea como subterránea, siempre y cuando se practique una viticultura juiciosa.

Pero no todo son laureles hacia la cepa veterana. He probado vinos sublimes procedentes de viñas de 10 años, como también vinos sin gracia de las cepas viejas. El secreto está en la viticultura de precisión y en el equilibrio de la planta, sobre todo, con podas inteligentes. Si no lo hacemos, puede ocurrir que, a medida que pasen los años, la cepa tienda por naturaleza a ser más vigorosa, engordando la parte leñosa y con mayor desarrollo de las hojas, en perjuicio del racimo. Recuerdo una visita que hice a la bodega de Gerardo Méndez (albariño O Ferreiro) hace años, cuando me dijo que, ante la mayor pluviometría de la zona de Rías Baixas, era muy difícil “atar en corto” la cepa vieja para que no creciera en vigor y madera.  Yo mismo vi en Chile cepas del siglo XVIII de la variedad país y de cabernet sauvignon plantadas en 1870 (allí no hubo filoxera), en donde algunas daban vinos insulsos. En 2008 visité la recién inaugurada bodega Ossian en las tierras de Nieva. En su entorno vi grandes extensiones de viñas prefiloxéricas abandonadas (ver foto) que resistieron la filoxera gracias a sus suelos arenosos de la zona de Pinares.

VIñas de cabernet sauvignon de Chile siglo XIX

Otra sorpresa me llevé en la Romanèe-Conti en mi primera visita hace 30 años. Hablando con su patrón, Aubert de Villaine, quien me dijo algo muy extraño: “Las raíces de las cepas de edades no inferior a los 35 años, se internan hasta casi 20 metros de profundidad para ascender lentamente. ¿Se imagina usted la riqueza nutritiva que reciben dichas raíces en un recorrido tan largo y a través de un subsuelo tan complejo?”

La exaltación hacia los viejos viñedos se ha producido desde hace tan solo 25 años, de la mano de las nuevas generaciones de enólogos e ingenieros agrónomos. Muchos de ellos han tenido que vérselas, en no pocas ocasiones, con una escéptica legión de viejos cosecheros para lograr que les vendieran alguna parcela o majuelo centenario, de apenas media hectárea, con la firma de la escritura de venta de 7 propietarios. Es el momento, cuando la calidad del vino español comienza a ascender a lo más alto, y en que el mayor coste de las prácticas vitícolas con estos viñedos ya no es un obstáculo, para crear otros vinos de culto. Vinos en sintonía con el paisaje de viñas que serpentean entre la maleza y el bosque con un profundo respeto de la biodiversidad y sostenibilidad. Aquel feo retrato que nos parecía hace más de 40 años de las viñas pobres e, incluso, raquíticas, hoy es una bendición, y para el resto del mundo, se ha convertido en un icono del viñedo español.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.