Conca de Barberà y la trepat, lo local y mediterráneo

15 April 2021

No es nuevo que los viñedos de todo el mundo se están esforzando por conseguir un abanico varietal local, fuerte, sonoro y de calidad. Lejos quedaron los años en que lo de fuera era mejor que lo de dentro, ¿o quizá no del todo? Aquel paisaje de entonces dejó de atraernos y se empezó a mirar hacia otro lugar, rebuscando en nuestra historia para encontrarnos, para representarnos y para individualizarnos en medio de un mercado extremadamente saturado y homogéneo.

En esta carrera por ser diferentes se invirtió mucho tiempo y dinero en localizar lo propio de cada uno. Hubo que hacer muchas microvinificaciones para poder poner en valor determinadas variedades que habían caído en el olvido. Y cuando se empezaron a ver los resultados, hubo que localizar el total de viñas que tenían y repoblar determinadas zonas. Nuestra protagonista de hoy es Conca de Barberà, una pequeña denominación de origen que, a su manera, también ha puesto el foco y ha redirigido la proa de su barco para posicionarse y crecer en este punto local y propio.

Hoy publicamos en nuestra edición online de la Guía Peñín 2022 las catas de Conca de Barberà (51 vinos), realizadas recientemente por nuestro equipo de cata y de ella se desvelan cosas muy interesantes. También hemos publicado un artículo coincidiendo con la publicación de las catas de la D.O. Catalunya.

Conca de Barberà se encuentra ubicada en la provincia de Tarragona, cerca de la sierra de Prades, siendo una de las zonas de mayor frescura del entorno. Con apenas 25  bodegas inscritas, se encuentra en un punto de inflexión en su carrera por la microlocalización de la zona. La Conca de Barberà ha sido históricamente una de las grandes suministradoras de uva, especialmente de la uva parellada, para los espumosos con sello Cava después del Penedès. Pero además de suministrar uva para el vino de segunda fermentación en botella, también era una zona en la que se elaboraban fundamentalmente vinos blancos y rosados.

Después del cava, los rosados eran la tarjeta de identidad de la D.O. Estos últimos se elaboraban con una variedad llamada trepat y se trataba de vinos con cierto éxito comercial en Cataluña, donde estaban bien valorados. Esta uva local era muy utilizada en la Conca pero sin mucha convicción. El principal problema que en ella se veía era el bajo color y grado de sus vinos. Sin embargo,  la gran ventaja que tenía era que podía volver a brotar después de una helada primaveral, lo que permitía garantizar en cierta medida la producción en años de heladas, aunque no convenciese del todo en lo referente a sus cualidades enológicas.

A pesar de que en Conca de Barberà reinasen las elaboraciones de blancos y rosados, fundamentalmente gracias a las cooperativas, lo cierto es que, a nivel de cata, los proyectos particulares ya embotellados mostraban al examen de la Guía Peñín un predominio de tintos frente al resto de tipologías. Estos vinos que catábamos hace años jugaban con uvas como la ull de llebre (tempranillo), garnacha, cabernet sauvignon, merlot y syrah. Se trataba de vinos estructurados, con altas graduaciones y con unas crianzas bien presentes. Podríamos decir que el conjunto de estos tintos no ofrecía una imagen diferencial de la zona, algo que los productores más viajados y bebidos sabían muy bien.

Conca de Barberà, cuna de la trepat

Uva Trepat
Uva Trepat

Los primeros monovarietales de trepat que catamos en la Guía Peñín eran de una tipología muy diferente a la que hoy nos trae aquí. Se trataba de vinos rosados, ya sea en su versión tranquila de Conca o en la versión burbujeante de Cava.

En Cava, algunos productores combinaban esta variedad con la pinot noir por entender que ambas tenían un carácter parecido y complementario. A pesar de que estos vinos se encontraban ahí presentes, no había ejemplos de trepats en tintos .

Vino 1987
Vino 1987

El primer trepat tinto que se conoce en la zona viene de muy lejos, concretamente de 1987. En la década de los Ochenta, mientras se luchaba por conseguir el sello de denominación de origen, uno de los principales problemas que tenían era que, a pesar de contar con mucho viñedo, nadie embotellaba en la comarca. Para facilitar el comercio de sus vinos se creó un espacio común para que las cooperativas pudieran embotellar sus vinos en lo que se denominaba la Unión de Cooperativas. En este espacio trabajaban los enólogos de varias cooperativas y uno de ellos, un joven formado en la escuela de Burdeos llamado Joan Rabadá, hoy director técnico de la bodega Castell D’or, se atrevió a realizar el primer tinto de trepat, elaborado como vino joven de maceración carbónica.

Aunque en el 87 se hizo esta primera incursión de trepat como vino tinto, lo cierto es que este tipo de elaboraciones no tuvieron continuidad hasta que, en el año 2004, Carlos Andreu (Celler Carles Andreu) se decidió a embotellarlo de nuevo asesorado por Rabadá. 

Nadie podía imaginar por aquel entonces que esta variedad se convertiría en un argumentario para la denominación. Fue en 2007 cuando llegó al mercado la primera cosecha de este tinto de trepat: Carles Andreu Trepat 2004. Muchos tacharon de loco a este viticultor, que tenía el presentimiento de que aquello podría funcionar a pesar del poco color y grado de la uva.

Para que la mecha prendiese hubo que adaptar la viticultura, pues se entendió que para poder elaborar y embotellar un tinto de trepat había que cambiar ciertas costumbres, y empezar descargar de racimos los viñedos a través de podas en verde. De esta forma  se garantizaba que el vino tuviera un grado alcohólico más acorde al tipo de vino que querían elaborar. Tirar uva no estaba en el ADN del viticultor de entonces, por lo que muchos payeses prescindieron de seguir a este ‘loco’.

Carles Andreu
Carles Andreu

Pese a las dudas suscitadas, el vino llegó ahí, y lo hizo como llegan las nuevas ideas, imperfecto, sin pulir. Fue un primer paso, una primera cosecha que dio paso a una segunda y luego a una tercera, hasta que la elaboración empezó a brillar, un brillo que llamó la atención de los prescriptores, de los productores de la zona y de los consumidores.

El gran salto que ha dado paso al punto de inflexión que mencionábamos al principio de este artículo es precisamente centrar su comunicación en esta nueva tipología de vinos tintos. Estas elaboraciones tuvieron que impactar en la conciencia de los productores, hasta el punto de que hoy son muchos los que apuestan por estos vinos, y todo ello a pesar de que tienen una estructura media baja, lo que implica una menor capacidad de envejecimiento, al menos hasta que alguien demuestre lo contrario.

Es digno de elogio cómo la D.O., a pesar de lo denostada que esta variedad estuvo en el pasado, ha sido firme a la hora de apostar por esta uva y de mantener su criterio a pesar de todo, hasta el punto de transformar lo negativo en positivo.

En nuestra última incursión a esta variedad tres vinos deslumbraron sobre el resto: La Font Voltada 2016 T C (Abadía de Poblet), con 93 puntos; Julieta 2019 T (Josep Foraster), con 92 puntos; y La Font Voltada 2017 T C (Abadía de Poblet), con 92 puntos. Si bien existen muchos más ejemplos con los que poder disfrutar del estilo fresco y suave de sus vinos, como Mas de la Pansa Trepat 2017 (91), Josep Foraster Trepat 2019 (91), Pólvora 2019 T (91), Carles Andreu Trepat 2018 (90), Domenio Trepat 2016  (90), Les Gallinetes 2019 (90) o  Abadía de Poblet Negre 2018 (90).

No todo es trepat en la Conca

A pesar de este cambio de tendencia y de esta apuesta argumental por los vinos más suaves, los dos vinos más valorados de la Conca a día de hoy pertenecen a la bodega Familia Torres. El tinto de ensamblaje Grans Muralles 2017 (95 puntos), una mezcla de garnacha, cariñena, querol, monastrell y garró, y que en los últimos años se ha definido como un modelo de rescate de algunas variedades ocultas catalanas como la garró y la querol;  y el blanco de chardonnay, Milmanda 2018 (94 puntos), primer vino en poner a la D.O. en el mapa vitivinícola mundial, son la cúspide de la pirámide. Ambos conviven en un estilo que busca la elegancia del vino estructurado, una suerte de doma enológica con excelentes resultados y con una capacidad de guarda por delante. Los caminos del vino son inescrutables.

    Escrito por Redacción

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