Una cena de Navidad

22 December 2022

Abrumados como estamos ante tanto evento navideño, hemos sido testigos de cómo se ha desarrollado una de estas cenas entre amantes del vino. La escena transcurre en un restaurante de la capital donde han sido citados a las 21 horas cuatro amigos con la premisa de llevar cada uno una botella de vino del mundo, sin límites de precio, ni limitaciones de estilo, tan solo con el objetivo de disfrutar de un buen vino junto a unos buenos amigos. ¿Qué puede salir mal?

20.50. Llegada del más inquieto de los cuatro, Jorge. Tras dar su nombre a la entrada del restaurante le dirigen a su mesa. Cómo es habitual en él llega el primero, entregándole su botella al metre e indicándole cómo deberá trascurrir la velada en relación con los vinos.

Como ha sido el primero en llegar la espera se le hace larga. A las 21.01 manda un whatsapp al grupo indicando que lleva ya un buen rato esperando.

Llegando ­–responde Sergio.

­–Muy cerca ­–dice Miguel.

Juanjo no dice nada.

21.15. Van llegando poco a poco los comensales, salvo Juanjo que sigue sin dar señales de vida.

Sergio lleva bajo el brazo una botella y con mirada de clara superioridad indica a Jorge y a Miguel, que está noche le besarán los pies, como presumiendo que de que será el mejor vino de la velada. No olvidemos que estos encuentros siempre encierran algún tipo de competición entre los asistentes.

21.30. Claro nerviosismo en la mesa cuando llega Juanjo entre resoplidos y aspavientos, indicando lo imposible que está la ciudad. Dicho esto, levanta su botella, debidamente cubierta para que el resto no la identifiquen, como si de un cáliz se tratase, esperando un aplauso del público. Aplauso que no llega.

¡Pero el niño está aquí! –indica Juanjo. Un pequeño juego de palabras que coloca su vino a la altura de un niño, indicando que se trata de algo tan preciado como un hijo para sus padres.

Sentados todos en la mesa, la escena transcurre así:

Jorge presenta su vino con gran alegría. Una botella del Jura, una etiqueta que denota clasicismo, aunque su productor apenas lleva unos años embotellando. Se trata de un pequeño elaborador que trabaja los vinos de la forma más artesanal posible.

Bueno amigos, ¿qué me decís de esta joya? Dicen que su creador pisa las uvas con sus propios pies ­–afirma Jorge.

Miguel extrañado –¿pero este productor no era cojo?

 


Todos empiezan a olfatear el vino con admiración. Resuena un estremecedor silencio mientras todos diseccionan el vino mientras van comentando términos como velo de flor, notas de poca intervención, ligera oxidación, flor marchita, boca intensa….

Tú sí que estás poco intervenido –espeta Sergio.

Jorge toma la palabra para guiar un poco la cata. ­–¿Os dais cuenta de lo grandioso de este vino? Es la esencia misma del lugar. Puro, directo, sin adornos.

Sergio y Miguel asienten con orgullo mientras que Juanjo permanece atento al vino para sentenciar.

Interesante, pero me recuerda a algunos de los vinos que tenemos aquí en España, aunque sin terminar de conseguir toda la expresión de aquí –haciendo alusión a los vinos del Marco de Jerez.

Jorge, un tanto a la defensiva puntualiza.

No tiene nada que ver, estamos en Jura y aquí los vinos son mucho más puros, mucho más sinceros. Mucho más…ten en cuenta que aquí no se encabeza el vino mientras que en Jerez sí –dice con solemnidad.

Y que más dará si lo que estamos evaluando es el vino en sí y no tanto su elaboración? –se defiende Juanjo. –Es como si juzgase una canción de Iron Maiden no tanto por la canción sino por su proceso creativo. ¿A quién le importa si empezaron con el ritmo base o por la propia letra y luego fueron adornando el tema conforme avanzaban? Lo importante es la propia canción.

Todo importa amigo –indica visiblemente molesto Jorge, mirando con aire de superioridad a Juanjo.

Además, aunque ahora creas que Jura es lo más de lo más, hace menos de 10 años ¿quién hablaba de Jura? Jerez tiene a sus espaldas siglos de tradición elaboradora –sentencia Juanjo. 

A medida que van probando el vino van desfilando los platos.

Sergio decide romper la tensión. –Bueno, ¿pasamos a palabras mayores?

Sí, por favor –asiente Miguel.

Juanjo interviene. –Si no os importa, creo que es mejor que pasemos al mío –Sirve un poco de vino impidiendo que sus colegas vean la botella que ha traído.

Ahora todos analizan el vino servido.


¡Qué color! –. Comentan todos (un dorado brillante que puede indicarles su vejez). La nariz le transporta al mar. ¡Salinidad notable! Un vino muy punzante en la nariz y una boca soberbia, larga, expresiva, muy sápida y seca.

Esto está muy bueno, excelente vino –afirma Jorge.

Es Manzanilla de Sanlúcar amigo. Vuelve a tu vino y dime. ¿Qué vino te resulta más expresivo?

No me compares, uno es elegancia y sutileza y el otro es fuerza pura – Rebuscando entre sus argumentos Jorge esgrime que su primer vino acude más a la esencia del lugar, mientras que el segundo se queda en la crianza biológica como eje argumental.

No te confundas Jorge, el primero nos dice mucho sobre el método de elaboración. Esa poca intervención marca tanto el vino que tu única forma de aproximarte al terreno ha sido su crianza biológica más sutil. Sin duda el método marca también mucho, mientras que, en el segundo, donde también manda el método, el vino se muestra más limpio, esplendoroso y mucho más expresivo.

Sergio y Miguel se mantienen callados y miran como si se tratase de un partido de tenis. Ahora Miguel, queriendo romper el hielo, anuncia su vino.

Dejaos de tonterías que vamos a lo realmente bueno –Cubriendo su vino para que no sea descubierto antes de tiempo por sus tres amigos sirve con emoción y alegría. Se trata de un vino blanco. En un primer momento todos apuntan a que se trata de un vino de una zona fría. Su frescura y acidez es notable, así que empiezan a escudriñar mentalmente en el mapa productor de elaboradores de vinos blancos de perfil atlántico.

Jorge es el primero en hablar. –Se nota cierta vejez.

¡Um!, este tipo de vino se aproxima a los grandes elaboradores alsacianos o quizá a alguno de la Mossela en Alemania –dice triunfante Juanjo.

Ahora es Sergio quién interviene. –¡Oh!, es cierto, creo que estamos ante un vino soberbio, único. Me atrevo a decir que te habrá costado un dineral.

Miguel con cierta modestia se dirige al resto. –Con amigos el dinero es lo de menos, ya lo sabéis, aunque no lo parece por los vinos que habéis traído.

Silencio en la mesa.

Todos se relamen de placer. El vino va ganando expresión conforme permanece en la copa.  Aparecen aromas que recuerdan al hidrocarburo, la acidez sigue chispeantemente viva y la fruta deja un interesante fondo cítrico al fondo.

Claramente es un vino del Loire, fino expresivo, largo, fresco –se pronuncia Sergio.

Todos afirman con la satisfacción de haber dado en la diana.

Pues me temo que no, se trata de un albariño de Rías Baixas, un vino con cierta vejez, del 2015, sumamente pleno.

Ahora la imagen de la desilusión se dibuja en la cara de alguno de los comensales.


Reina un silencio mucho más marcado y prolongado.

Juanjo se decide a romperlo. –Pues estaba bueno para ser de aquí, yo sólo conocía la versión joven del albariño gallego, una suerte de vino fresco, interesante, pero sin más ni más.

Pues para que veas, aquí también podemos hablar de grandes vinos con envejecimiento –Poco a poco Miguel se va poniendo de pie, sintiendo cómo la fuerza de su argumento lo erige como un gurú. –Lo que pasa es que nos negamos a darles una oportunidad por ser nuestros. Espero que esto os sirva como puerta de entrada para bucear por la grandeza que aquí en España se puede dar, tan grande como la que podemos ver ahí fuera. Ya Godoy dijo en 1839……

Vale, vale, no te vengas arriba –le corta súbitamente Juanjo.

Llega el momento del último vino. Juanjo sirve. Ya no hay tanto jolgorio en la mesa, parece que todos están mucho más serios. Los comensales esperan impacientes el gran vino de la noche, el vino que demuestre la grandiosidad de los vinos de fuera.

Servidas las copas….silencio, movimientos de copas, sonido de olfacción.

Aquí hay madurez, pero es interesante. La fruta es madura, pero con un deje detrás que no alcanzo a descifrar –dice Jorge olfateando el vino.

Me gusta su personalidad, es diferente –comparte Sergio

Juanjo visiblemente satisfecho. –Sabía que os gustaría.

Tiene corcho -afirma Miguel.

Silencio.

­–¿Tú crees?, dice Juanjo

Un corcho de libro –replica Miguel.

Puede ser –interviene Jorge

­–Ahora que lo dices... –Sergio agita la copa con una leve sensación de inseguridad.

¡Es por su baja intervención, no tenéis ni idea! –Grita visiblemente molesto Juanjo.

Pues si no lo ves es para hacérselo mirar Juanjo –le replica Jorge.

Mirando el reloj y con un deje de frustración Juanjo responde,  –Yo debería marcharme ya, que se me hace tarde.

Ya nadie ríe. Todos miran los teléfonos móviles y se despiden con la promesa de repetir la velada.

    Escrito por Javier Luengo, director editorial de Peñín

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Para entender mejor las razones por las cuales nos cuesta más exportar nuestros vinos por calidad que por precio, hay que mirar al pasado. 

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