La prehistoria del vino de La Mancha

15 marzo 2022

Impelido por el artículo de la semana pasada contando mis primeras prácticas con los vinos manchegos, quiero rematarlo con lo que significó este territorio en el pasado histórico. Me siento movido a ello por la mala conciencia que tenemos los periodistas y escritores de hablar muy poco de esta zona.  

Antes fue cereal

Al viajar a La Mancha, lo primero que llamaría la atención a un aficionado de Oklahoma -por poner un ejemplo- sería ver molinos de viento rodeados de viñas. ¿Qué tiene que ver el molino de cereal con el viñedo? En el siglo XVII y XVIII, el paisaje manchego era cerealista y de ganado lanar. El viñedo se circunscribía únicamente a las cercanías de los municipios, y su vino era preferentemente de consumo local. Hasta mediados del siglo XIX, el viñedo era la tercera economía después del cereal y ganadería. 

Según un estudio de María del Carmen Cañizares y Ángel Raúl Ruiz, de la Universidad de Castilla-La Mancha, señala que en la segunda mitad de ese siglo comenzó la importación de cereal extranjero, sustituyéndose por la viña. En 1857 -según indica el informe- la provincia de Ciudad Real, la única integrada totalmente en la D.O. y la de mayor producción histórica del viñedo, contaba solo con 30.000 hectáreas, dedicadas netamente al autoconsumo. Es curioso como en ese mismo año el viñedo de las provincias de Barcelona y Tarragona ocupaba 230.000 ha., gran parte destinado al comercio. Una producción casi cercana a la de Ciudad Real de hace 30 años cuando llegó al límite de su expansión. A partir de la caída del cereal en 1855, comenzaría la expansión del viñedo, que no menguó incluso ni durante la filoxera. Señala también que, a principios del siglo XX, la influencia del hemíptero en La Mancha no tuvo la misma trascendencia que en otras regiones españolas, como Cataluña y la Comunidad Valenciana. En 1909, la provincia de Ciudad Real estaba aún libre de su influjo, y en 1930 sólo había afectado a un 25% del viñedo debido a la constitución arenosa de las zonas centrales de la región. Tanto es así que, en 1905, la superficie vitícola (referido como ejemplo a la provincia de Ciudad Real) llegaba a las 115.000 ha. El gran impulso llegó con el franquismo, plantándose más de 100.000 hectáreas durante la posguerra hasta 1950. En esos años, el Régimen ayudo a la implantación de grandes cooperativas como resultado de su política proteccionista y no por la demanda del mercado. La Mancha fue el último gran viñedo instalado en España, más por razones economicistas que por su calidad. En el siglo XX, el cereal dejó de ser rentable en La Mancha, igual que el viñedo en Castilla, intercambiándose la producción de sus respectivos territorios. 

El siglo de oro

Algunos escritores del siglo XVI y XVII no fueron generosos con los vinos manchegos. Sus alusiones literarias se dirigían a los vinos castellanos de Coca, Alaejos y a los “vinos preciosos” de San Martín de Valdeiglesias o los gallegos de Rivadavia. En cambio, otros como Tirso de Molina habla de las bodegas nobles de Yepes y Ocaña: “vino de Ocaña, lo mejor de España”. Lope de Vega tenía cierta predilección por los vinos de Membrilla. En su obra “El Galán de la Membrilla” señala la rivalidad de este vino con los de Manzanares. Cervantes, con su fina sorna, comenta: “tanto alababa el vino que le ponía por las nubes, aunque no se atrevía a dejarlo mucho en ellas porque no se aguase”. Eran tiempos que viajeros y literatos pasaban de largo con los vinos riojanos.


Lo que contaban los viajeros extranjeros

Las referencias de los viajeros extranjeros en los dos siglos anteriores se limitaban a los tintos locales que éstos bebían en las ventas y ventorrillos donde se hospedaban. Fue el principal y casi único testimonio de cómo eran los vinos manchegos en los siglos pasados, si bien se trataba de una visión precipitada y rápida.    

En el siglo XVII, gran parte de las preferencias vinícolas ibéricas de los viajeros ingleses se centraban en los vinos periféricos del comercio marítimo como Canarias, Alicante, Jerez y Málaga. El único que se citaba del interior fue el de San Martín de Valdeiglesias. Quien se deshacía en halagos fue José Townsend, uno de los más importantes viajeros ingleses del Dieciocho. Visitando el castillo de Calatrava dijo beber vinos buenísimos, le pareció sin excepción, el mejor vino de España. “Reúne el aroma agradable del mejor vino de Borgoña y el cuerpo y fuerza del vino de Oporto”. Superando el chovinismo francés,  el Barón de Davillers dijo que tenía cierta semejanza con los de Châteaneuf-du-Pape por su sabor y color. Saint Simón en sus Memorias escribe: “Iba a cenar con todos los franceses distinguidos a casa del Duque de Arco, que nos había invitado, donde se encontraban las gentes más elegantes de la Corte. La cena fue a la española, pero una olla podrida excelente, suplió a otros alimentos a los cuales estábamos poco acostumbrados, con el excelente vino de La Mancha”. En cambio, Jean-Marie Jerome Fleuriot en su obra “El Viaje de Fígaro”, hace toda una diatriba antiespañola y al referirse a los vinos manchegos dice: “Alaban mucho ese vino de La Mancha, lo dicen excelente; yo lo encuentro malo, no quisiera por todo el oro del mundo beberlo sin agua, tiene un gusto a azufre, a pajuela, es tan negro, tan espeso que podría servir de tinta para escribir. Un solo vaso embriagaría”. Es cierto que el vino que bebían algunos viajeros era espeso y alcohólico, como podría corresponder al consumo rural. Este extremo posibilitó la mezcla con vino blanco para crear el aloque o clarete durante el reinado de Felipe V.


Un dato preocupante

El vino manchego ha mejorado considerablemente, sin que haya mermado la filosofía de los grandes volúmenes, gracias a la tecnología aplicada al vino industrial, lo que ha hecho aumentar su calidad de un modo espectacular en los últimos 15 años. No obstante, el viñedo de la D.O. ha bajado a 154.000 hectáreas,con una producción de 134 millones de litros, de los cuales solo el 40% se embotella, el resto se vende a granel. Estas cifras nada tienen que ver con las de 1980 cuando el viñedo alcanzaba las 460.000 ha., de cuya producción solo se embotellaba un 15 por ciento. Lo preocupante es que el rendimiento del viñedo se ha duplicado desde 2006 a costa del riego desmedido, afectando a las capas freáticas en donde el agua ha disminuido de un modo brutal y, además, con el cambio climático encima.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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