La difícil aventura de crear revistas del vino
La experiencia al crear una revista de vinos en España con cierta entidad es escasamente satisfactoria si la comparamos con las anglosajonas y las de nuestros vecinos portugueses, franceses e italianas. Cabeceras que llevan décadas funcionando con un equilibrio entre diseño, contenidos y publicidad que las sostienen. Puedo contarlo después de haber dirigido dos cabeceras: Bouquet en 1980 y Sibaritas en 1992.
A finales de los setenta, el vino entraba de puntillas de la mano de la gastronomía en el quiosco. Así ocurrió en 1976 al editarse Club de Gourmets como publicación formal de venta en quioscos. Sin embargo, faltaba una revista de contenido esencialmente vinícola cuando, en 1979, un editor de publicaciones técnicas de Barcelona, Fermín Gallego, se puso en contacto conmigo para tal empeño, cuyo nombre fue Bouquet. Un término recurrente dentro del vocabulario del vino, que entonces sonaba en francés. Empezó bien, naturalmente en blanco y negro, y se propagó muy rápidamente por el sector productor. Sus contenidos tendrían que ser didácticos, críticos, muy periodísticos y con columnistas de postín. En sus páginas aparecían Maruja Torres, Néstor Lujan, Vázquez Montalbán, Xavier Domingo y otros muchos para darle cierta pátina intelectual. Yo vivía en Madrid y la revista se editaba en Barcelona, ocasionando idas y venidas en aras de un mayor control de los contenidos que no llegaban a fructificar y, además, con una mediocre gestión financiera. Quise venderla al grupo Zeta, pero no cuajó. Me dijeron que les salía más rentable contratarme que comprar una cabecera entonces con pérdidas. Así que dimití al tercer año de vida de la publicación.
En 1992, la editora del Grupo Futuro, Wanda Hajduka, revista de economía y empresa muy conocida en aquellos años, me propuso hacer un suplemento de vinos trimestral con el nombre de Sibaritas.
Me dijeron que el mensaje que querían transmitir con la palabra sibaritas era llamar la atención a los que quisieran serlo, pero sin el tinte clasista y discriminatorio que requiriese de un bolsillo holgado, ya que en ese momento el refinamiento también estaba en la batalla de la competitividad.
Me convenció su propuesta. Pues ser sibarita es una forma culta e inteligente de ser y de vivir sin ser rico. Me acordé de un amigo mío hace más de 40 años, funcionario de ministerio, con sueldo de currante, pero que se permitía ir a los mejores hoteles y restaurantes una vez al año a base de ahorrar un poco cada mes. Sin duda, estaba revestido de un talante hedonista cuando me dijo una frase que ya había escuchado en alguna ocasión: “Pepe, he disfrutado de los mismos placeres que un millonario tiene a su alcance. La única diferencia es que él lo hace sin límite y yo solo una vez, pero nadie me puede decir que no conozco todos los placeres”. Este es el retrato de quien alcanzaba el grado de sibarita en aquellos años.
Quería romper el círculo restringido y, a veces elitista, de escribir para los profesionales o para los locos del vino, y abrirnos a otros colectivos afines con contenidos más divulgativos, con un espíritu de servicio, fáciles de lectura, pero sin bajar la guardia del rigor informativo y de la especialización.
En aquel tiempo comenzaban a aparecer un gran número de aficionados que compraban guías, se introducían en los escasos foros de internet, bebían vinos por copas, se apuntan a los cursillos de iniciación a la cata. Estudiosos a los que les gusta pasar un fin de semana en una casa rural, probar los productos gastronómicos de la comarca y conocer restaurantes ocultos, fardar de vinos con los amigotes organizando una cenita en casa los viernes... Pues bien, todo este colectivo afín, en su mayoría, se resistía a comprar revistas de vinos ¿Cuál era el motivo? Se dice que los editores de libros se quejan de que los españoles no leen y hay títulos que arrasan.
¿No seremos nosotros, los del vino, los que tal vez fallamos? Siempre he sido escéptico frente a eso tan manido que nos muestra una idiosincrasia diferente de nuestra sociedad, adquirida de un modo natural, afirmando que lo que funciona fuera no funciona aquí. Es sencillamente que no lo hacemos del todo bien con los matices que el lector español necesita. Al menos, eso pensaba entonces.
La experiencia de mis años en Bouquet me enseñó lo que no tenía que hacer, enfocándolo a un estilo más fashion o de estilo de vida, como me aconsejaría Wanda. Tenía dudas sobre si se debía a la falta de coraje e inversión en los contenidos, o simplemente al poco interés que suscitaba el tema. Sospechaba que los pobres resultados de Bouquet al cabo de 3 años se debían a la modesta edición. Por eso, en este nuevo proyecto introduje buenos columnistas, como Víctor de la Serna, Carlos Falcó, Carlos Delgado, Juanma Bellver, Xavier Domingo e, incluso, al famoso Carlos Herrera. Entre los extranjeros, nada menos que a Jancis Robinson como columnista a nivel mundial y Michel Bettane, el más reconocido de Francia. Todavía no salgo de mi asombro al pensar cómo logré reunir en 1995 a los 4 enólogos más prestigiosos del mundo y a un reputado profesor del Instituto de Enología de Burdeos en una cata de los mejores riojas de aquel año para un reportaje en la revista. Fueron Jean Claude Berrouet, de Chateau Petrus; Patrick León, de Chateau Barón; Philippe de Rothschild y de Chateau Mouton-Rothschild, Pascal Delbeck, de Chateau Ausone; Paul Pontallier, de Chateau Margaux y Guy Guimberteau, del Institute d'Enologie de Bordeaux, personajes que difícilmente se sientan a catar para una revista. El encuentro lo realizamos en Burdeos. En otra ocasión, organizamos catas con periodistas y sumilleres de Italia y Portugal con vinos españoles y viceversa los nuestros con vinos de los citados países.
Hubo una importante inversión para contratar asesores externos permanentes, como Federico Oldenburg y Paz Ivison, fichamos a los mejores ilustradores y fotógrafos al mismo nivel que las publicaciones extranjeras. Nunca hasta entonces en España se había empleado capital a ese nivel para una revista de vinos. La idea era comprobar si los mediocres resultados de mi anterior revista se debían al bajo índice de lectura o a la calidad de los contenidos.
La revista iba a más, hasta el punto que a los de Futuro les propuse comprar la cabecera. La respuesta fue carísima y, en el culmen del éxito de la Guía Peñín, utilizamos la cabecera Guía Peñin Magazine, de edición mensual. El nombrecito no acaba de seducirme y Mónica Muñoz, directora general de mi empresa en aquellos años, y yo, nos pusimos en contacto nada menos que con la revista británica Decanter para editarla en español, con gran interés por su parte. Para quienes estábamos en el meollo del vino, la cabecera sería un bombazo. Dijimos a los ingleses que no todos los contenidos de la revista madre valdrían para la nuestra, añadiendo además a colaboradores patrios. Respondieron que no. Los contenidos eran intocables. En una ocasión le pregunté a Carlos Falcó, columnista de nuestra revista y muy ducho en contenidos internacionales, si nuestro empeño de cambiar la cabecera era una buena idea. Me respondió que a Decanter en España no lo conoce nadie y la marca Peñin, sí. Unos meses más tarde, Futuro nos vendió la cabecera de Sibaritas por un euro y recuperamos la marca.
Teníamos más publicidad y más lectores. Incluso la competencia afirmaba que Sibaritas era la mejor revista de vinos de España. Sin embargo, esa verdad no era suficiente. Solo era rentable en los meses de noviembre y diciembre debido a los mayores costes de la revista en comparación con la competencia.
Al final, una clarividente mente de la empresa nos enseñaría el documento contable que así lo señalaba, ya que hasta ese momento la revista estaba integrada en la contabilidad de ediciones y, en su conjunto, los datos eran positivos, pero no la rentabilidad por producto. Ante esta tesitura, no estaba dispuesto a realizar ajustes y parches que conllevaran sacrificar algunas estrellas internacionales que colaboraban en el medio y reducir la tirada, una solución muy española. Así que, en 2010, en plena gloria, decidimos cerrarla.
Al final me convencí de que la solución de construir la mejor revista de vinos por contenidos y diseño no eran suficientes, dando por cierto que el español es, posiblemente, el que menos lee sobre el vino.