Mi vida con Isabel Mijares
Ha fallecido Isabel Mijares a los 81 años de edad. Acabo de regresar del tanatorio de rendir mi homenaje a la primera enóloga que se quitó la bata blanca de un laboratorio para proyectar el vino fuera de los recintos de los tubos de ensayo y de las bodegas. Las mujeres que, en estos últimos años están tomando las riendas de la enología, la viticultura, la sumillería y la comunicación en torno al vino, le deben un homenaje a la pionera.
La suerte se cruzó en mi camino cuando conocí a Maribel en diciembre de 1974. Se inauguraba la primera feria del vino y licores en Madrid, que se llamó VIBEXPO. Con mi pobre bagaje y un tanto despistado, me acerqué a un stand que me llamó la atención: Laboratorio de Análisis y Control Enológico LACESA.
Una señora con bata blanca, al verme con la mirada perdida me preguntó: ¿viene usted de alguna bodega? Yo suponía que ese servicio era más de control antifraudes que una consultoría enológica externa. Le contesté: “No exactamente. Tengo interés en montar un club de vinos por correspondencia y no sé si ustedes me podrían ayudar”.
Aquella mujer me miró con cara piadosa, y me dijo que me sentara y que le explicara esa aventura, pues era alma gemela de emprendimiento ya que también iniciaba su negocio enológico más científico. Ella fue la pionera en la consultoría externa, un servicio entonces inédito en España. Eran los primeros pasos de la Michel Rolland española en una época difícil en que el vino español se movía entre los graneles, garrafones y alguna botella.
La dama no era otra que Isabel Mijares, que venía nada menos que de estudiar en Burdeos una carrera de altos vuelos entonces, como la enología. Palabra mágica que en España era desconocida, incluso para los propios bodegueros, que solían confundirla con el término etnólogo.
En nuestro país la carrera de Enología no se impartía en ningún centro y los conocimientos solo se alcanzaban a nivel de químico y capataz bodeguero en la escuela de Capataces de Requena y en la Escuela de la Vid en la Casa de Campo madrileña. Todavía con la desconfianza general hacia el vino que no fueran las escasas y elitistas marcas riojanas o al “vino de mi pueblo”, Isabel representaba para mi proyecto la pureza, la asepsia, y su rúbrica enológica me daba alas para asegurar a los socios que las garantías sanitarias eran superiores incluso a las de las bodegas.
En 1975, cuando la bodega española disponía de mediocres controles propios de la enología, no me fiaba de la pureza analítica de los vinos que adquiría para mi club de vinos CLUVE. En aquellos años, los análisis de las bodegas eran menos fiables que los de un laboratorio independiente.
Estas referencias que hoy pudieran hacer sonreír al más pintado, eran necesarias cuando todavía flotaba la imagen del fraude en el vino español. Al visitar su laboratorio, me vinieron los primeros “aromas” del vino, que no fueron otros que los efluvios quemados de las probetas en ebullición, el metabisulfito, el ácido ascórbico y todo el séquito de aromas volátiles que me llenaron de estupor, pues no podía imaginarme que el vino pasara por este trance científico ¿Dónde estaba la esencia del vino español? “No te preocupes Peñín –me tranquilizaba Isabel con la misma mirada del profesor al alumno- esto es la trastienda del vino, lo que no se ve. Aquí trabajamos para curar los vicios heredados de una enología equivocada que se practica en gran parte de nuestra geografía vinícola”.
Gran parte de los que estamos en el vino conocíamos a Mijares por su tono un punto egocentrista, como si no supiéramos su capacidad de trabajo y sus importantes contactos a nivel mundial. Sin embargo, para los pocos que, como yo, conocíamos a Isabel en distancia corta, el oírla era todo un derroche de conocimientos, socarronería y divertidas anécdotas que relataba gracias a su extraordinaria memoria y amplísimo bagaje personal y profesional. De puertas hacia fuera se empeñaba en el relato de sus prestigiosas amistades en vez de contar su apasionante historia de trabajo. Recuerdo un comentario de José Antonio Sáez Illobre, socio de ella cuando fundó el Equipo Team: “Pepe, deberías llevar la imagen de esta mujer porque encierra valores ocultos inimaginables que ni ella misma sabe aprovechar”.
Isabel era generosa con todos los favores que le pedían, la mayoría, sin contraprestación. Recuerdo en varias ocasiones estar en su despacho y verla atender a todas las llamadas moviendo ligeramente los hombros de izquierda a derecha porque a la vez pedaleaba un artilugio debajo de la mesa como único ejercicio físico aprovechando el tiempo. También asistía a todos los encuentros sociales y gastronómicos. Yo le decía ¿Por qué no seleccionas? A veces resultan más importantes tus ausencias que tus presencias. Me respondía que no le podía fallar a un amigo. Todos sus compromisos con clientes los convertía más en adeudos amistosos que profesionales. Muchos se aprovecharon de su influencia, incluso yo, más que en sentido contrario.
Emile Peynaud fue su mentor y amigo, hasta el punto que viajó desde Burdeos al barrio de Tetuán para inaugurar su laboratorio. Mijares me contó una anécdota con Peynaud: “La primera vez que yo elaboré 1.000.000 de litros sin frío en Almendralejo, en la cooperativa San Marcos, llamé a Peynaud a las 9 de la noche, que para Francia es irse a la cama y le dije: Profesor, tengo un problema: tengo un depósito con 1 millón de litros y sin frío ¿Qué hago? Me dijo: pues rece. Era algo insólito este panorama para un francés”.
Isabel Mijares se anticipó prematuramente a lo que hoy es un consultor enológico y la cuenta de resultados del laboratorio no eran optimistas. No tuvo paciencia para continuar, cerrando su laboratorio para dispersarse en actuaciones diversas y algunas consultorías en los países del Cono Sur de América.
Uno de sus cometidos más sonoros fue su contratación por parte de Naciones Unidas para la implantación del viñedo y apartar del cultivo de coca al campesinado de Perú o Bolivia. En la primera visita eligió un equipo con Luis Hidalgo en viticultura, Jose Antonio Sáez Illobre para realizar un estudio legislativo, Fernando Miranda y Fernando Gurucharri. Todo esto con el peligro de Sendero Luminoso, que llegó a matar a dos expertos agrícolas, pero esto no le hizo desistir. “Fue todo un éxito, consiguiendo en áreas de secano que se cultivara la viña, fijando al campesino al suelo y frenar la erosión. Montamos el centro vitivinícola de Tarija y evitamos que la coca fuese un monocultivo en toda la zona.
Posiblemente era el concepto más altruista pero menos realista porque con una hectárea de coca viven 7 familias y con 7 hectáreas de viña no vive ni una” A través de Naciones Unidas UNIDI trabajó en Chile, Bolivia Argentina. Pero también en la Albania de Enver Hoxha, donde no la perdían de vista dos individuos del Gobierno, que la seguían incluso en el recorrido por el viñedo albanés surtido de unos pinchos metálicos por si los invadían paracaidistas.
Fue una mujer vitalista que a sus ochenta y un años cruzaba el Atlántico para estar 3 días y volver sin ningún problema. Su estado de salud era excelente y sus pulsaciones eran las de un ciclista. Su peor momento fue durante la Covid cuando no pudo hacer lo que para ella era el oxígeno de su vida: viajar y moverse por todos los caminos, despachos y manteles de restaurantes. En la madrugada del domingo 11 de febrero ha dejado de ser un fórmula 1 porque su motor se paró en plena carrera.