Los vinos de moda 1970-2000 

5 mayo 2020

¿Cuáles fueron los vinos que estuvieron de moda en los últimos 50 años? Os contaré por propia experiencia vivida cuales fueron los vinos que desfilaron por los escaparates y mesas relumbrosas y los que fueron objeto de los más encendidos aplausos por parte de la crítica. Me centraré en el periodo más lejano y por lo tanto menos conocido: desde 1975 hasta el año 2000.

Los últimos cuarenta años posiblemente ha sido el periodo más trascendental en la historia mundial del vino. Nunca la sociedad planetaria ha tenido ante sí los cambios más radicales en la calidad y uso del vino. Nuevos modelos de consumidores, el descubrimiento de territorios vitícolas abandonados, mayor reconocimiento a los estilos de vinos; países que no bebían ocupando hoy los primeros lugares de consumo vinícola; los mayores avances de la tecnología y la ciencia en un producto que ya en los siglos anteriores dejó de tener el simbolismo religioso y uso en liturgias paganas. En esta etapa el vino deja de ser de utilidad alimentaria para convertirse en una inutilidad hedonista; se crea en España la carrera de enología y viticultura que conduce a un mayor conocimiento de las particularidades del suelo y del clima; los resultados de los métodos de trabajo dejan de ser una hipótesis para convertirse en realidades conocidas y contrastadas. Un periodo en que un gran número de bodegas en vez de vivir solo de la inercia de las marcas consolidadas, se atrevieron desde una perspectiva de marketing a lanzar nuevos nombres y estilos al fragor de los cambios y mejoras de elaboraciones y crianzas.

Años Setenta: el inicio del fin de una atonía

 Gran Coronas Etiqueta Negra 1970 (Bodegas Torres), Paternina 1929 (Paternina) y Monopole (CVNE)

Fue el final de un periodo de postración que comenzó con los últimos retazos de la filoxera cuando las distancias entre el vino popular y el embotellado eran enormes y sin grandes emprendimientos cualitativos. En esta década las marcas históricas de Jerez y Rioja ejercían el mando en los restaurantes postineros, así como también en los escaparates de ultramarinos de cierto fuste y en las escasas tiendas de vinos y licores, claro está intercaladas entre la botillería de coñacs y anises. Fuera de este universo, los vinos de Bodegas Torres, como hoy, asomaban por todos los confines. El vino de esta casa que escalaría a las esferas mediáticas, fue el tinto Gran Coronas Etiqueta Negra 1970 cuando tuvo que medirse con los grandes crus franceses en la Olimpiada del Vino. Un concurso organizado por la revista Gault et Millau (entonces la más famosa en Francia) llegando a ocupar el primer lugar. Fue el espaldarazo mundial de una marca española consagrada por una cosecha de prestigio. Era la primera vez que un cabernet sauvignon, un vino “afrancesado” como aseguraron algunos comunicadores de la época, competía con sus homónimos extranjeros. Fue una botella muy codiciada por los entendidos de entonces. Otro de los vinos que tuvo predicamento entre los aficionados “clásicos” fue el tinto Paternina 1929. Una iniciativa perversa de Rumasa, propietaria de la bodega de Ollauri, para encubrir el famoso fraude de la “maloláctica en botella” de aquel Paternina “Banda Azul” de Hemingway, famoso en los años Cincuenta y Sesenta. Se quiso enmendar con una cosecha prácticamente “eterna” sospechosamente a buen precio y por lo tanto lejos de ser auténtica. En cuanto a los blancos, Viña Sol 1979 Fue el primer ejemplo del concepto “afrutado” que comenzaba a subrayarse en las notas de cata. Hasta entonces el vino blanco tenía que soportar fermentaciones “calientes” antes de instalarse el acero inoxidable y la fermentación controlada. Sus predecesores, o bien se consumían en los meses siguientes a la vendimia como vino menor, o ser vendidos con una pasada de roble. Torres tuvo la “osadía” de reseñar por vez primera el año de cosecha en la etiqueta, cuando en aquellos años era un pecado vender un vino tan joven. Sin embargo, el vino blanco superconocido de anteriores décadas fue Monopole de CVNE. Estaba en todas las cartas de vinos y escaparates. Fue uno de los vinos blancos embotellados más antiguo de España y totalmente opuesto al estilo afrutado. Con una ligera crianza en roble incluso con la adición de una pequeña cantidad de manzanilla para darle cuerpo. Fue el arma secreta del brujo Ezequiel García, el enólogo más famoso en aquellos años en la Rioja. En esta década, la publicidad en periódicos del tinto Señorío de Sarria parecía intentar añadirse a la imagen de las bodegas históricas riojanas bajo la estética de la crianza siendo un vino de Navarra.

Años Ochenta: el comienzo de las nuevas maneras

Gran Feudo (Chivite) y Contino (Viñedos del Contino)

Los años Ochenta dio comienzo la era del acero inoxidable, la fermentación controlada y las levaduras aromáticas. Ello dio lugar a la cosecha 1983 de Gran Feudo, el primer rosado de altos vuelos que se producía en España, erradicando el viejo retrato del rosado navarro del comercialísimo Campanas. Era caro para ser un rosado, pero que no faltaba en los buenos restaurantes apoyado por una copiosa publicidad y comunicación, incluso apoyado con la imagen de Juan Mari Arzak. Eran tiempos cuando los vinos navarros se identificaban con el rosado. Viña Lanciano fue la primera marca de calidad de Bodegas Lan (iniciales de Logroño, Alava y Navarra) una de las que irrumpieron en los Setenta. Una buena política de márquetin y publicidad y una dinámica actividad comercial en la hostelería, representaba un guiño de modernidad. Del mismo estilo fue Privilegio del Rey Sancho, que más tarde se llamaría Marqués de Arienzo y que sorprendería en el mercado con una botella de diseño rompedor. Marqués de Cáceres, encumbrado en la anterior década con la cosecha 1970, se consolidó en todos los buenos restaurantes y tiendas como reclamo de un rioja más afrancesado, más oscuro de color, en donde la fruta y una moderada crianza en roble, estaban perfectamente asociadas y estimulada con una inversión publicitaria constante y con una cierta imagen de distinción tanto en las revistas femeninas como en la prensa generalista. Remelluri 1976 Fue la primera visión del vino de finca en España bajo el nombre de Granja Remelluri. Que una bodega se surtiera únicamente de la viña de su entorno resultaba poco menos que un delirio. Era un vino de nuevo cuño más o menos ligero con una chispa de acidez que le daba cierto empaque de elegancia. Casi en paralelo surgiría otro vino de finca: Viñedos de Contino. Después de varias intentonas con la cosecha 1979 en botella borgoña con más pena que gloria, aparece un vino más oscuro, con carácter maduro y concentrado distante de lo que se estilaba hasta aquellos años que eran algo más suaves y delicados.

De entre los clásicos, Viña Ardanza, con una larga historia a sus espaldas, prácticamente estaba en todas las cartas de vinos de los restaurantes de postín. Fue -todavía sigue siendo- la marca imprescindible de la burguesía empresarial vizcaína entrando por la puerta grande de la restauración de Madrid y Barcelona. Viña Pomal fue otra marca de las imprescindibles a un precio algo más asequible. Un tinto más suave que el Ardanza y más fácil de entender. Salvo estas dos últimas que resistieron en la hostelería, todas las marcas citadas llegaron a ensombrecer a la larga lista de las “clásicas” con su inmovilismo que vivían de las rentas de su historia.

Viña Ardanza (La Rioja Alta) y Viña Pomal (Bodegas Bilbainas)

En el Duero, Mauro fue el proyecto secreto de Mariano García antes de abandonar Vega Sicilia. Un propósito que nació en 1979 en el que intervinieron gente desconocida como Félix Coque y Luciano Suárez que durante los primeros años fueron sus rostros visibles. Era todo un desafío ilustrando en la etiqueta el término “vino de mesa” sin el respaldo de una Denominación de Origen. El vino tenía mimbres modernos, sin ninguna connotación vegasiciliana, barrica usada y en aquellos años muy “bordelés”.

A finales de esta década tuvieron bastante relevancia los pedro ximénez que los pocos sumilleres de la época comenzaban a recomendar, guiados por Venerable de Jerez y Alvear 1830 de la D.O. Montilla-Moriles. Con estas dos referencias se instauró en la sobremesa la moda de los Pedro Ximénez densos y opacos frente a los de color ámbar, ligeros, amistelados y baratos. Fue una opción aceptada ante el cansancio de tanto pacharán que en esa década explosionó en la sobremesa de los restaurantes facilitando el camino a otras alternativas dulces, más allá del moscatel ya que arrastraba un antecedente de preferencias femeninas. A finales de esta década Imperial 1981 Gran Reserva sonó mucho en las mesas de Poder. Era el rioja más prestigioso en aquellos años. CVNE acometió una ampliación y un acercamiento a los medios comunicación. Hasta entonces la firma se apoyaba comercialmente en el Cvne clarete o “tercer año” mientras que en los medios más especializados afloraba el Imperial como la referencia de la vieja guardia renovada. La palabra elegancia y distinción comenzaba a señalarse en las fichas de cata frente al concepto de los “gran reserva” relacionados con roble denso de viejas maderas y evolución oxidativa.

Años Noventa: el despertar de los autores

Vega Sicilia Único 1970 y Dominio de Conte y  (Vega Sicilia)

En el año 1992, la cosecha 1986 fue la primera audacia de un histórico como Marqués de Riscal: Barón de Chirel. Este vino marco un antes y un después en la Rioja. Resultó ser la primera experiencia de lo que más tarde se llamaría tinto de “alta expresión” de más color y menos madera. Fue el primer ejemplo de introducir por la puerta de atrás la cabernet sauvignon priorizándola en la mezcla con la tempranillo. Fue una evocación de las añadas históricas de esta firma como “tipo Medoc” incluso utilizando la antigua botella de hombros anchos y malla de alambre. Otra intrepidez, más cercana al Chirel, fue Dominio de Conte 1989 diseñado por el entonces desconocido enólogo Miguel Ángel de Gregorio. Un tinto que iniciaba por la vía de la elegancia, la era de uvas más maduras sin alcanzar la concentración y sopa de roble que poco a poco se impondría en esa década. En paralelo, la Ribera del Duero iniciaba una cierta rivalidad con la Rioja con Alejandro Fernández. El tinto Pesquera con la cosecha 1986 de alguna forma dio un cambio a la imagen de la Ribera del Duero de entonces de tintos a la riojana más ligeros, presentando un vino más oscuro y corpóreo, pero con mayor acidez que más tarde muchos imitaron. Álvaro Palacios alcanzó el estrellato con L’Ermita 1993 su primer vino. Fue la culminación de ese proceso insólito de vender un priorat más caro que los de la Ribera del Duero y Rioja. Por primera vez en la historia un vino español alcanzaba precios de “gran cru” bordelés y se medía con los mejores del mundo. Eran 5.000 botellas de una viña de barranco que se disputaban las mejores tiendas del reino hasta el punto que los precios se duplicaron en pocos meses. En la segunda mitad de esta década, Vega Sicilia 1970 fue el último vino de esa celebérrima cosecha que se vendería en el mercado español. Un tinto que acumulaba la potencia y expresión terciaria que caracteriza a las largas crianzas de esta casa, pero con una complejidad insólita para una cosecha tan lejana. Cualquiera que posea un magnum de esa histórica añada está bendecido por los dioses.

Fue en el año 1997 cuando se lanzó Pagos Viejos de 1991, el primer vino de altos vuelos de Artadi cuya calidad superaba a Viña El Pisón de la misma añada. En 1992 estrenaba Sociedad Anónima finiquitando el antiguo nombre de Cosecheros Alaveses, una cooperativa de 13 miembros cuya marca más relevante era un joven tinto de cosechero Artadi, el más refinado que todos los de la Rioja Alavesa. Después lanzaron un crianza Viñas de Gaín que no era para lanzar cohetes. Por lo tanto, Pagos Viejos fue la primera experiencia con la mirada a la viña. En un principio tenía un color intenso y expresión frutal maduro muy propio de aquellos años. A finales de esta década la cosecha 1995 de Dalmau fue la revolución de un vino moderno en manos de una bodega histórica como Marqués de Murrieta. Sin perder el halo de maduración en viña qué ha caracterizado a esta firma clásica, fue un vino rupturista. Su corpulencia y su color oscuro llego a cautivar a mucha gente en un tiempo cuando los vinos de uvas maduras e intensos de color estaban en auge.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.