¡Cúanto ha cambiado el vino español!

24 mayo 2022

Por poner una fecha, el año 1978 fue el final de un siglo decadente desde 1878 cuando nos invadió la filoxera. De la “invasión” a la “revolución”. La revolución del vino mundial que en los últimos 40 años abandonó su función alimentaria para convertirse en un consumo hedonista con profundos cambios en el consumo, nuevos bebedores, investigación, tecnología, cultura etc... Hasta los años Ochenta del pasado siglo España sufría un retraso mayor en todos los órdenes si exceptuamos Jerez. El sherry casi podría considerarse un vino “extranjero” en suelo español.

Bajo el modelo intervencionista de los regímenes autárticos, el manto protector al vino del régimen de Franco se materializaba en potenciar la producción y no la calidad y promoción. Así, paradójicamente las zonas más rentables ocupaban el tórax del viñedo español constituido por Castilla-La Mancha, Extremadura y el “riñón del vino tinto”, como denominaba el escritor de la época José del Castillo, al territorio comprendido por Utiel-Requena, Manchuela, Almansa, Yecla y Jumilla territorios que se convertirán en la gran “santabárbara” del vino español. 

Se trataba producir volumen sin reparar en los costes a base de subvenciones tanto en la exportación como en asegurar gran parte de la producción con la destilación obligatoria del vino que cada bodega tenía que entregar al Estado hasta tal punto que muchas bodegas vivían solamente de la destilación. Una práctica de regímenes totalitarios con vistas de mantener patriarcalmente un sector productivo que invertir en promoción. 

En aquellos años el viñedo español ocupaba 1.800.000 has., siendo La Mancha donde más creció con escasa tradición de calidad. La implantación de la variedad airén no se debía a sus características cualitativas sino por ser más resistente al calor y por sus elevados rendimientos en situaciones de escasez de agua. En cambio, en Castilla y León, con una larga tradición vitivinícola y con la mayor proporción de viñas viejas, el cultivo decreció debido al SENPA (Servicio Nacional de Productos Agrarios), que a partir de los años Cincuenta potenciaba el cereal en contra de la vid.

Muchos viticultores tuvieron que abandonar los viñedos. Los que se permitieron arrancarlas para plantar cereal eran los más potentados frente a los que no podían asumir los costes prefiriendo dejar las cepas a su suerte. De tal catástrofe surgió una virtud, y es que aquel abandono dio lugar al mayor “parque” de cepas viejas de España y que hoy son una joya. Hay que llegar a los años 80 para redescubrir Castilla-León con niveles de calidad equivalentes a La Rioja.

Como he dicho, el volumen cobraba más importancia que la calidad ya que la filosofía que imperaba era sostener los precios a las cotas más bajas para vender más fácilmente y que aún hoy día seguimos padeciendo. Existía la opinión que nuestros vinos tenían el mejor músculo europeo por su graduación alcohólica. Sin embargo, todavía coleaba la intención fraudulenta con productos ilegales en la elaboración que durante los primeros 60 años del siglo pasado acechaba. El departamento de Defensa contra Fraudes era el organismo más importante y que regía las condiciones de uso y consumo del vino y de los alcoholes más allá del control cualitativo que quedaría mucho más tarde en manos de los Consejos Reguladores de las D.O. Lo importante es que lo que te bebías no te sentara mal, con eso era suficiente. Aún había casos del uso de alcohol metílico en el sector del vino que era incluso más barato que el de uva. Por lo tanto, cada cual se jugaba el pellejo a la hora de beber cualquier producto hidroalcohólico.

El comercio secreto del vino

Este comercio “secreto” se refiere a la comercialización de vinos entre bodegas y zonas. Cuando murió el Invicto en 1975 las Denominaciones de Origen en su conjunto solo embotellaba el 40 por ciento y apenas el 20 de este porcentaje se exportaba. El resto de la producción se vendía a granel no solo como vino de mesa sino también como vino de DO. 

El granel sin D.O. alcanzaba el 80 por ciento de la producción nacional. El vino común representaba el 90 por ciento del consumo en España envasados en parte en las grandes plantas embotelladoras nacidas en los Sesenta mediante la asociación de viticultores proveedores y pequeños embotelladores urbanos que eran más numerosos que los que existían en las zonas vitivinícolas. El granel, se embotellaba en destino para reducir costes tanto en el comercio urbano como en el de exportación. La producción de Méntrida, Almansa, Priorat, Aragón, Jumilla, Cariñena y Toro se vendía principalmente por grado y color y eran la base de tintos que se mezclaban con vino blanco de Castilla-La Mancha para los mercados norteños y gallegos. Los vinos de Utiel-Requena, Aragón, Almansa y Manchuela mezclados con airén manchego lo compraban los exportadores de Tarragona y El Grao de Valencia. La constitución como D.O. de las zonas citadas era más una imposición del comercio exterior que filosóficas. Incluso una D.O. valenciana como Cheste (hoy desaparecida) fue una concesión forzada por los importadores extranjeros. 

Un fenómeno que se producía en algunas de las zonas citadas era que los vinos que se embotellaban procedían de los excedentes que no podían vender a granel, de tal modo que, curiosamente, la calidad de los vinos embotellados era inferior. El comercio secreto del vino entre zonas era numeroso. Algunas firmas riojanas de renombre como Bodegas Bilbaínas contaban con sucursales en Cariñena, Monóvar y en La Mancha que incluso citaban en su documentación y publicidad. Era una herencia de tiempos anteriores cuando el peso de la palabra Rioja era menor que el de las propias firmas. Hasta 1980 las reglas de las denominaciones de origen solo estaban en el papel y no en la realidad.  La vigilancia era casi nula. Los vinos de la Rioja se cotizaban más altos que hoy en proporción con los demás. Las diferencias de precio entre el vino a granel de la Rioja y los del resto de España eran abismales lo que facilitó la mezcla con vinos de Aragón y de La Mancha.  

La denominación Alto Ebro 

Alto Ebro era una designación no reglamentada de vinos de mesa riojanos descalificados de la D.O., es decir, los que no alcanzaban la valoración para poder ser denominados como rioja interviniendo también vinos navarros y por lo tanto más baratos. La idea era atractiva ya que de este modo toda la producción riojana podía venderse por ambos cauces dentro de una jerarquía. Sin embargo, no se respetó este principio ya que los precios de los vinos descalificados seguían siendo más caros que los foráneos. Al no existir un Reglamento propició que los vinos de la Mancha y Aragón principalmente, llegaran en cisternas a la Rioja para mezclarlos con los del Alto Ebro, era el caballo de Troya por donde entraban vinos foráneos para mezclarse con los vinos acogidos a la D.O. 

Depósitos de hormigón
Camión cisterna transportando vino

Era corriente que muchas bodegas vendiesen fraudulentamente los derechos de embotellado “el papel” o contraetiquetas para embotellar vinos con mezclas foráneas mientras que la producción propia la comercializaban a granel. En cuanto a vender “vinos de mesa” sin la contraetiqueta Rioja, la ley exigía que entre la bodega acogida a la D.O. y la de vino de mesa, mediara una calle o una distancia prudencial para evitar tentaciones de mezclar ambos vinos en el mismo edificio. Una medida que fue insuficiente para que muchos vinos foráneos pasasen como rioja. La avidez por buscar vino de tempranillo fuera de la Rioja era ciclópea. La mezcla del escaso y caro tempranillo riojano con los baratos tintos manchegos (producto de mezclar un 90% de vino blanco de airén con un 10% de doble pasta, tintoreras o monastrell), no alcanzaban plenamente las características de un rioja para permitir una crianza segura. Todavía no se conocía el retrato sensorial del rioja que no fuera ese vino ligero con sabor a roble. Algunas bodegas más rigurosas de la Rioja buscaban tempranillos como oro en paño. En Guadalajara (50% de su viñedo) y la zona de Arganda cercana a Madrid (24% del viñedo) se podía encontrar un tempranillo decente y barato hasta tal punto que Bodegas Faustino llegó a alquilar la cooperativa de Arganda para surtirse y llevarlo a su bodega de Oyón de vinos de mesa Alto Ebro.  

Hoy, todo este tejemaneje ha pasado a la historia. Los vinos riojanos son más baratos que antes y los demás se han igualado en precio y calidad, por lo tanto, la garantía de autenticidad de origen del vino es absoluta. El panorama tan sombrío que se contemplaba en aquellos lejanos años no impedía que los consumidores fueran felices porque atendía a lo primordial como era beber vino sin más.  En estos 40 años en ningún país del mundo se ha producido un cambio en el vino tan profundo y radical como en España.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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