Algunas hipótesis
Estas podrían ser algunas de las causas del abandono de la lucha por la calidad y ceder al volumen a bajo precio.
1.- Un vino históricamente esbozado por los comerciantes y almacenistas y no por los cosecheros a los que se les pagaban precios bajos. Estos comerciantes a la vez vendían esos vinos resignados a las exigencias de los compradores extranjeros.
2.- Recursos fáciles de abastecimiento al contar en el pasado con Huelva, Sevilla y Córdoba como proveedores de vinos.
3.- Los ingleses convirtieron el nombre Sherry en un concepto y no como un origen, lo que motivó imitaciones en Chipre, Sudáfrica y Australia y British Sherry. Este hecho reducía las posibilidades de Jerez de conquistar mercados ante tanta competencia y, por lo tanto, entrar también en esa guerra de precios.
4.- El vino de Jerez ha sido el más imitado y falsificado en la historia del vino por el excelente resultado en las mezclas: soleras-criaderas, color, dulzor y vejez.
5.- Escaso empeño en defender los precios por calidad con un mayor valor añadido desviando recursos para construir en los años Setenta bodegas en La Rioja, invertir en otros productos alimentarios y, desde una década antes, refugiarse en la rentabilidad del brandy.
6.- La decisión en los Setenta de competir en precio sin limitación del volumen como si fuera un vino de mesa cuando en realidad es un vino especial que, por sus características, todos deberían estar catalogados casi como vinos premium.
Un pasado con más lógica
En 2012 escribí un artículo en mi blog bajo el título “El ocaso del jerez” cuyo contenido sigue estando de actualidad. Incluso antes, he revisado la evolución de la producción del vino de Jerez desde el siglo XVIII y compruebo que la cifra adecuada conforme al tipo de vino y sus posibilidades de consumo actual, sería la del año 1952, que fue de 20 millones de litros. Desde el año 1850, con 12 millones, hasta 1962 con 38 millones con sus vaivenes de producción, se han sucedido picos de bonanza y valles de caídas entre estas dos cifras, sometidos a veces por las políticas arancelarias de los países importadores y por la fiscalidad española de alcoholes, además de las plagas del oídio y filoxera. En todo el siglo XIX la producción era menor que la demanda, satisfecha en gran parte mezclando vinos de Sevilla, Montilla y Huelva. Es a partir de 1963 cuando las subidas se desencadenan una tras otra hasta el año 1979 cuando alcanza la cifra absurda y sideral de los 150 millones de litros inducidos, entre otros, por Rumasa que “tiró” los precios. Todos se frotaban las manos de que el éxito del jerez estaría posicionado alrededor de los 100 millones que fijaba del Plan de Restructuración del Marco de Jerez de los años Noventa del pasado siglo. En realidad, pocos se atrevieron a recapacitar que esta cifra, bastante normal para un vino de uso cotidiano como los tintos y blancos secos, jamás podría ser fruto de un consumo asegurado de una bebida, en general, dulce que, como el jerez, se “inventó” para unos momentos muy determinados del día como puede ser de tertulias sosegadas y largas sobremesas, normales en otros tiempos, pero que ya comenzaban a desaparecer a comienzos de los Ochenta. En esta década las infraestructuras bodegueras del Marco de Jerez podían acoger un volumen considerable que no se correspondía a las ventas de un vino tan especial y minoritario en vez de adecuar las dimensiones a la histórica y lógica de los 20 millones de litros de 1950. Veinte años más tarde, en vez de defender unos precios acordes con la calidad y complejidad del vino, se optó por no bajar la producción a costa de rebajar tarifas. Una calidad reconocida en el mundo que, tanto en el siglo XVIII como en el XIX y la primera mitad del XX, llegó a contar con unos precios superiores al vino de Rioja o incluso a los burdeos de segmento medio, que ya entonces eran más caros que ahora.
Cierta apertura a soluciones
A ver quién es capaz de subir los precios al doble de las marcas históricas y de mayor producción como Tío Pepe, La Ina, Fino Quinta y Solear, entre otros, tal y como se vendían hasta hace 60 años comparándolas con los precios de ahora. Para paliarlo, la estrategia que sospecho se está implantando es que la salida con la moda del “fino en rama” es un pretexto para vender un fino al precio lógico que sería entre 12 y 20 euros la botella cuando en la actualidad ronda entre 4 y 7 euros. Porque un vino sin filtrar ni decolorar como son los “en rama” no creo que sea más caro de producir. Por otro lado, las nuevas bodegas establecidas en los últimos 30 años han arrancado con precios no inferiores a 10 € en los vinos de crianza biológica. Asimismo, la producción de vinos secos de mesa que tan buenas críticas están teniendo, debería ser amparada por el Consejo Regulador de Jerez como hace el Instituto del vino de Oporto y Douro con sus vinos no generosos. En vez de mirar a otro lado con los vinos blancos y tintos de la Tierra de Cádiz y “vinos de mesa” ¿Por qué no añadir una nueva categoría a los vinos no generosos tal y, como el mismo Consejo hace con la Manzanilla de Sanlúcar, el vinagre y el brandy?
Suscribo todas las iniciativas de promoción que el Consejo Regulador está llevando a cabo en los últimos años sustentadas por la mayor calidad de todos los tiempos del jerez, esa bebida tan especial y única. Pero la poesía, gastronomía y las emociones sensoriales con los jereces de alta gama que solo alcanza al 15 por ciento de la producción, no arregla -por el momento- el contrasentido jerezano. Esperemos que a este pico de bonanza no le siga otro valle de amargura.