Solo Moriles

21 junio 2022

En un reportaje que escribí sobre Moriles-Montilla en 1986, rescaté la frase histórica con la que Juan José Arístegui en 1952, ganó un concurso de eslóganes para la D.O.: “La elección es bien sencilla, o Moriles o Montilla” que, en aquellos años, la famosa agencia de publicidad Cid puso en órbita a través de la radio. La importancia de Moriles en el consumo de sus vinos era tanta como la de Montilla. Desde entonces, Moriles es solo la mitad del nombre de la D.O., porque desde la antigua condición de equilibrio entre los dos lugares, el peso y volumen histórico de Montilla se ha impuesto. Hoy he querido husmear en las colinas de Moriles para saber qué es de sus hombres y bodegas.

Existen dos espacios de calidad de la pedro ximénez, la uva estrella de la D.O., como son Moriles Altos y la Sierra de Montilla. Lugares de los que, de toda la vida, se abastecían las principales bodegas como los “grand cru” para engendrar los mejores vinos del territorio cordobés. Por eso las dos localidades dan nombre a la D.O. desde 1944, sin precisar las diferencias organolépticas entre ambas. Un tiempo transcurrido que, para los viñadores y bodegueros de Moriles, ha sido suficiente para que el nombre de este municipio quedara ensombrecido por la potencia de los bodegueros montillanos, donde se hallan las firmas más importantes y con el mayor número de hectáreas de la denominación. Moriles apenas son 400 hectáreas frente a las 1500 de Montilla.

Soleras de Moriles

Si buscamos un parangón sobre la fama de una localidad sobre la otra, ése sería algo así como que Jerez es el vino de los afamados nombres históricos, el jerez de los señoritos y potentados, y la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, más proletaria y humanista. Llevado al vino cordobés, Montilla sería el Jerez y Moriles el Sanlúcar de las tabernas y jornaleros. Los morilenses están orgullosos de sus vinos, que venden en su totalidad en la provincia y, en particular, en la hostelería de Córdoba, que demanda el moriles, marcando distancia al montilla. Es más, nadie pide un “montilla” porque se entiende que, al pedir un fino en cualquier barra cordobesa, las probabilidades de que sea de Montilla son grandes. Por eso quien solicita un moriles es el cordobés sabio y apegado a una tradición tabernera. Cuando hasta hace 40 años la presencia del moriles en las tabernas cordobesas era evidente, se distinguía por la propia botella tipo “Rhin”, donde aparecía en la etiqueta el nombre bien grande frente a la botella jerezana del resto de los vinos de la Denominación cordobesa.

Jerez y Moriles-Montilla tuvieron una relación licenciosa durante gran parte del siglo XIX y XX, cuando los jerezanos en sus mejores tiempos compraban el vino cordobés para mezclarlos con los suyos. Una relación conocida e incluso oficializada, tanto, que fue a la única zona a la que Jerez cedió a la D.O. cordobesa su nomenclatura de finos, olorosos y amontillados. Una frase popular que se mantiene en el tiempo confirma esta relación: “Moriles para gentiles, Montilla para gente sencilla y Jerez para el mundo entero ayudado por el primero”.  

¿A qué sabe el Moriles?

Cuando hace décadas preguntaba si había diferencias entre Moriles y Montilla en razón del nombre compuesto del territorio, la respuesta era que la utilización de los dos nombres se debía a que Moriles Altos y la Sierra de Montilla contaban con los mejores viñedos por la mayor proporción de carbonato cálcico y por su situación más elevada, pero no estaba claro si había alguna entre estas dos o, al menos, no recordaba que las hubiera. Por eso fui el otro día en busca del sabor perdido de un vino detenido en el tiempo. En sus vinos percibí el llamado sabor a “caño”, que recuerdo de las manzanillas que servían en tabernas y tabancos de Sanlúcar hace 40 años. 

Un aroma que se siente más al olfato que al paladar, producido por los efectos reductivos de las levaduras en los finos y quién sabe si también se deba por los pH altos de estos vinos. Un rasgo que muchos consumidores del moriles aceptan como inherente al fino. Dado que, como se bebe y no se olfatea, el fino lo venden sin problemas. Yo mismo, después de un día catándolos, terminé entregado sensorialmente, asumiéndolo como una característica, del mismo modo que uno se entrega a los olores más punzantes y agresivos de algunos quesos fermentados y azules. No hay que darle vueltas, Montilla y Moriles se hallan en el corazón de Andalucía y se beben más con el corazón que con la cabeza. Vinos para beber allí mejor que aquí.  

El paisaje del viñedo de Moriles Alto flamea de un blanco inmaculado con sus frondosas hojas que se protegen del sol y se nutre del agua que, apenas escarbando unos centímetros de profundidad, se percibe la humedad en los dedos. Todo un milagro frente a los 40º que se desplomaban sobre nuestras cabezas la semana pasada. El sabor moriles, en clave de suelo y clima, no los encontré, por estar condicionado a la elaboración tradicional y no tanto por el terruño.  Un vino de sabor más campesino, más evocador y humanista con su pizca de dulcedumbre característica de la variedad pedro ximénez. El sello Moriles se halla en los vinos jóvenes de pedro ximénez más florales y exóticos, los vinos de tinaja y los finos en rama de gustos silvestres, mientras que los amontillados y olorosos por sus crianzas oxidativas no se diferenciaban del resto de la zona.

“Los hombres de Paqui”

Evocando el nombre de la célebre serie televisiva de Los Hombres de Harrelson, Francisca Carmona Alcántara, alcaldesa de Moriles, navega por los caminos del vino con el ímpetu y pragmatismo de quien reconoce que el vino es el patrimonio socioeconómico del pueblo, implicándose en las vivencias y pasiones de la Asociación de Bodegas de Moriles. Una agrupación formada por Bodegas San Pablo, Bodegas Lagar de Casablanca, Cooperativa de San Jerónimo, Bodegas El Monte y Bodegas Doblas. Todos sus bodegueros forman un equipo que, con Paqui, se monta en una furgoneta para proyectar el vino en aquellos mercados del entorno para dejar claro lo que es un vino de municipio que aparece en el nombre de la D.O., que los cordobeses sienten y beben, pero que nadie conoce fuera de la provincia.

Cristóbal Luque, coordinador de esta Asociación, me informó de sus aspiraciones, como son el que se reconozca formalmente la identidad del territorio, reseñando el nombre de Moriles en la contraetiqueta de los vinos que se producen en esta localidad. Un propósito que está en sintonía -sin proponérselo- con la moda del “vino de pueblo” o de municipio que está aflorando en el Priorat, Rioja y Bierzo.  Tanto Cristóbal como los diferentes bodegueros de Moriles, no están en la idea de separarse del resto, sino simplemente que se reconozca el sentido de vino que a ellos les gusta, sin querer compararlos con los que se producen en Montilla, Aguilar, Lucena, Cabra o Puente Genil.

 Bodegas y bodegueros

La fisonomía de sus bodegas apenas ha cambiado desde la primera visita que hice hace 40 años. Hay bodegas con historias de más de un siglo, haciéndolo siempre igual. 

Cuando hablé con Antonio Doblas de la bodega del mismo nombre, Antonio Miguel de Bodegas San Pablo, David Ruiz de Lagar de Casablanca o con Antonio López del Lagar del Monte, me di cuenta de la buena sintonía entre ellos porque son vinos de sentimiento. Frente a las bodegas urbanas de Montilla, Jerez e incluso Sanlúcar de Barrameda, gran número se hallan en el campo, los llamados lagares blancos relucen en el viñedo. Ya Alonso de Herrera en el siglo XVI ponía como ejemplo agrícola a los lagares cordobeses como producción integral: “…que en las viñas tienen sus casas que llaman lagares con sus bodegas y jaraíces y allí hacen su vino, lo cuecen, trasiegan, lo asientan y llevan limpio a casa”. Hay excepciones como las Bodegas San Pablo, en el casco urbano de Moriles, con una entrada como si fuera una taberna abierta a la gente, donde al fondo se ven las botas y tinajas de cemento. Ninguna de ellas esconde el bag in box para vender a las tabernas en este envase gran parte de sus vinos. Algo que se repite en su homónimo sanluqueño que permite mantener una tradición de beber el vino en grifo recordando a los toneles taberneros, pero más higiénicos. Antonio López del Lagar de El Monte, con sus 25 hectáreas y propias y el resto asociadas, va por la cuarta generación que, con su mirada más enológica e ilustrada, no se separa un milímetro de la tradición bien entendida.

Lagar de Casablanca

El vino de Moriles tiene al día de hoy una aventura interesante, que está dando frutos en Jerez, y es elaborar vinos premium de mesa manteniendo, además, el uso de la tinaja con la interacción de la flor. Cuenta además de la portentosa cepa pedro ximénez y suelos de albariza laminada con otras variedades como airén, mantúo de pilas y alguna otra desperdigada que ellos llaman vidueño. La pedro ximénez puede dar bastante juego, incluso más que con la palomino en Jerez.   

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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