La intrahistoria del Jumilla

12 November 2024

Recogiendo el término unamuniano, cito mi historia personal con Jumilla cuando su excelente granel era el reclamo principal por encima de los tímidos comienzos del vino embotellado. Un relato en el que afloran algunos aspectos desconocidos en mis primeros viajes en los años 70 y en los siguientes.

El célebre y desaparecido humorista Forges acuñó al jumilla como un extremo del morapio carpetovetónico y popular frente al rioja de los pudientes. Era el retrato de vino «macho», por el alcohol que ganaba al sol de Murcia. Mi primera visita fue en marzo de 1976. Al probar los tintos de algunas bodegas, pude observar que la mayoría querían transmitir una imagen de vinos con vejez, y como resultado, obtenían unos vinos algo evolucionados con falta de fruta, mucho alcohol y, posiblemente, con acidez baja, lo cual destacaba bastante. Eran tiempos cuando la vocación de la monastrell era la de vino rancio cuyo papel en el fondillón alicantino y en otro rancio que hoy apenas emerge “Jumilla Monastrell” era concluyente. Sin embargo, la rentabilidad más efectiva fue el granel por su color y grado alcohólico que llegaron a interesar a algunos franceses para su comercio del cupage. Es cierto que, en los años 50, los viñedos de Jumilla eran los más rentables de España e ideales para para mezclarlos con los blancos manchegos para la exportación con un gran éxito ayudado por la caída de la producción de Argelia por la independencia de aquel país. En mis primeros encuentros con el jumilla el embotellado apenas llegaba al 9% de la producción.

Las bodegas más notorias eran Juvinsa, Carcelén y Bleda. En aquellos años, la familia García Carrión parecía desmarcarse de este estilo, y por eso llamé a la puerta de su bodega para comprar vino para mi empresa de venta de vinos por correspondencia. Llegué a conocer al padre de Pepe García Carrión, cuya fama actual se debe a un concepto global de consumo materializado por el famoso tinto Don Simón. Nombre procedente del Castillo de San Simón y que “desantificaron” con el termino burgués del Don.  

Un treintañero Pepe me ofreció un vino más suave, más ligero, que se llamaba Puente Viejo 2º año. Un vino que, en comparación con los demás de la zona, era ligeramente más frutal y que se ajustaba a un estilo que hacía destacar más la variedad frente a la mayoría de los vinos, que parecían aspirar a ser un rioja de los de entonces. Dos años más tarde, me llamó la atención un jumilla de finca. Algo insólito cuando, la mayoría de las bodegas, estaban ubicadas en el casco urbano de Jumilla, dentro de un esquema de grandes bodegas de la zona. La finca se llamaba La Alberquilla cuyos orígenes se remontaban a finales del siglo XIX, con premios en la Exposición Mundial de 1893.

Foto: Calle de la Feria de Jumilla

En aquel año la propiedad pertenecía a Ernesto Verdú, aunque percibí un cierto desinterés en introducirse en el mercado del vino por la escasa posibilidad de vender un jumilla embotellado. Le respondí que el club de aficionados que regentaba buscaba lo recóndito y zonas menos transitadas. Me gustó el hecho de que sus vinos fueran desconocidos y que se vendieran a nivel local, más enfocada a ofrecer ese jumilla mejor tratado, aunque sin perder el estilo cálido y alcohólico de aquellos vinos. La bodega, como otras tantas, desapareció.

En 1987 volví a Jumilla, pero más con los ojos de reportero que de comerciante, para un reportaje en la revista Sobremesa. Me impresionó el paisaje que contemplaba a 27 kilómetros entre la general Madrid-Cartagena y Jumilla. Un horizonte de caliza y silencio. Ese panorama agrario que describió Azorín, salpicado de casas blancas de labor, de varias dependencias, las llamadas majueleras, construidas cuando se implantó el régimen de enfiteusis. Al llegar a Jumilla con la aridez de su entorno, me pareció a un pueblo perdido en el Anti Atlas marroquí. Al recorrer sus calles me gustaba contemplar algunas edificaciones de su rico pasado del comercio del esparto. En la calle de la Feria se construyeron elegantes casas de estilo modernista que pertenecían a los latifundistas que contrastaban con el paisaje rural y menesteroso. En la localidad de Jumilla solo había una pensión, ya que el hotel más cercano estaba a 50 kilómetros y allí tuvimos que pernoctar.

Foto: viñedo de Jumilla

Los suelos de lo que yo llamaría Jumilla baja son calcáreos y, por sus características, permitieron mantener los vinos de pie franco. Yo mismo caté un vino procedente de una viña de pie franco y otra injertada con pie americano y, la verdad, no vi ninguna diferencia. Pero también subsistían las bodegas tradicionales, como la de Fermín Gilar, que compraba la uva y vendía solamente el vino a granel de 14 grados en las tabernas locales y en Almería. Vinos que recordaban al yodo y la brea de los viejos conos de madera de pino blanco y castaño. Nada que ver con las bodegas más grandes, en general, cooperativas listas para la exportación de sus coupages.  

Algunas marcas, como Bleda o Juan Carcelén, entre otras, embotellaban un vino rancio, el citado “Jumilla-Monastrell” con una crianza oxidativa que apenas salía de la provincia. Sus vinos me recordaban en tinto lo que en blanco es el oloroso jerezano, por sus aromas etéreos y sabor seco, algo enmaderados que evoca a algunos vinos de criaderas de Jerez. Estos vinos envejecían en toneles de 600 litros, con ligeros rasgos caramelizados debido a la concentración de los envases de madera y las elevadas temperaturas de las naves de crianza, con una tendencia a la oxidación. En cambio, los vinos de mesa, posiblemente vendimiados un poco antes, por el pavor entonces a las elevadas graduaciones alcohólicas para vinos de mesa, tenían una sensación herbácea de los hollejos inmaduros y a la vez cálida por la baja acidez y escasos taninos. Mas tarde descubrí que una monastrell de 12º y medio no daba la talla de los que sobrepasaban los 13 grados y más.

Los primeros cambios del Jumilla

En los años 90 Agapito Rico fue posiblemente el primer visionario de las posibilidades de Jumilla en la cruzada por los vinos de culto que aprendió cuando trabajaba en Artadi con López de Lacalle. Es posible que no tuviera toda la confianza en la monastrell, por lo cual, añadió a sus 20 hectáreas de monastrell viejo vides como el tempranillo (en plena euforia ochentista) y el merlot que, como cepas tempranas en una zona cálida, no proporcionaban el resultado buscado. En cambio, el cabernet sauvignon, variedad tardía (como la monastrell), sí fue una alternativa que dio sus frutos. A finales de esa década instalada en medio de la nada, conocí la bodega de Julia Roch e Hijos y a sus propietarios, un matrimonio formado por Nemesio Vicente y Guillermina Sánchez-Cerezo. Recuerdo una casa modesta, almorzando con ellos con un mantel de cuadros, unas botellas de vino sin etiqueta, un plato de cuchara y un trozo de pan, como un bodegón de Cézanne. No me imaginaba que unos años más tarde José María Vicente, el hijo, sería el constructor de la referencia más importante en España de esta variedad, dando visibilidad a la monastrell de pie franco. En el reportaje en Sibaritas de Jumilla de 1999, Jose María fue el que se adentró en los misterios del suelo, cuyas viñas al sol sobreviven. Ama las cepas en secano porque el agua está a 150 metros de profundidad. Con esa juventud, me dijo que si las pepitas no se hunden en la tina es que la uva está madura, lo que le permitió con la cosecha 1998 macerar el hollejo nada menos que sesenta días.

Foto: etiqueta de vino de Jumilla

En medio de un viñedo, me dijo que debe haber más gente en el campo que en la bodega. Nadie como él reflejó en aquellos años la importancia de la viña. Dicho esto en aquellos años tenían su importancia.

El gran cambio para vinos de calidad, que iniciara Jose María Vicente con Casa Castillo diez años más tarde, lo remató después Jorge Ordóñez con su proyecto Orowines, en el que implicó a la familia Gil para hacer un vino con la monastrell. El asesor neozelandés Christopher Ringland, contratado por Jorge, hizo en Jumilla con la monastrell lo mismo que en Australia con la shiraz, extrayendo de la cepa jumillana el valor de la fruta madura con expresión. Orowines desapareció, pero Juan Gil conserva las joyas de los tintos Nido y Clío en su emporio vitivinícola Juan Gil Family.

Hoy hay más protagonistas con ganas y, en su conjunto, han elevado el nivel de calidad del jumilla de tal modo que requeriría un artículo aparte. Un nivel inimaginable hace 40 años incluso en los graneles, a pesar de que todavía ocupa el 65 por ciento de la producción. Un vino que nos hace olvidar aquel tinto “macho” de Forges.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

Los climas del vino en España

Aunque todavía tienen cierta vigencia los conceptos de los microclimas vinculados al terroir o de los mesoclimas relacionados con los valles o parajes, se habla menos de las influencias de los tres modelos de climas en España: atlántico, mediterráneo y el mixto de ambos con el continental.

Sigue leyendo