El vino de ricos y de pobres

3 mayo 2023

El título no pertenece a los tiempos actuales porque hoy el vino, que es mejor, es de todos los públicos. En ese pasado que viví en mis primeros años del vino, los vinos de alta gama y los corrientes eran más caros y más baratos que hoy respectivamente. El vino de Rioja era más prohibitivo en comparación con el nivel de vida de entonces. Su prestigio -mayor que hoy- se debía más a la mediocridad del resto de las zonas, salvo Bodegas Torres, y al hecho de ser, después de Jerez, los primeros vinos embotellados que llegaron a los restaurantes.

En 1975, el vino de Rioja, capitaneado por las bodegas históricas, era un bien preciado prácticamente en todo el mercado nacional. Estas bodegas vivían en una zona de confort gracias a las rentas de ser el vino de postín solo para ricos. Marcas que habitaban en las cartas de los restaurantes de tronío a precios que apenas podían ser asimilables por una moderada clase media y menos por una abundante clase baja. La culpa lo tenía los impuestos. En 1981 una botella de vino a partir de 80 Pts. hasta 100 (equivalente a la renta actual entre 4 y 6 euros) ya era un lujo. El desglose era un 14 por ciento Seguridad Social agraria, 2,40 por ciento de Impuesto de Trafico de Empresa y 20 por ciento impuesto de lujo, total 36 por ciento. A partir de este precio los impuestos se establecían así: 14 por ciento de SS. agraria, 2,40 por ciento y 26 por ciento de Impuesto de lujo. Total 42,4 por ciento, más del doble de lo que se paga hoy.

Las historias que sus protagonistas cuentan hoy en sus webs y catálogos publicitarios, se centran en el primer siglo de vida de sus bodegas y en las últimas décadas, donde inician los primeros cambios. Entre medias, aparece más o menos una travesía del desierto de escasa relevancia, cuando sus actividades comerciales se centran a través de sus oficinas en Madrid. Hasta llegar los Setenta, que es cuando la irrupción de las grandes bodegas sin pedigrí apoyadas por la gran distribución, comienza a poblar las cartas a precios asimilables a la clase media.

Cuando este cronista pedía un vino en un restaurante con el sueldo de mis primeros trabajos en los Sesenta, y a pesar de ser abstemio, trataba de impresionar a mi cliente con un vino de Rioja. Solía pedir un Paternina, que entonces sonaba mucho, y cuyos rasgos no los recuerdo tanto como los de algún Tondonia 5º año por su acidez, ligereza y ese toque ligeramente húmedo; o un Riscal, algo más oscuro y menos ácido, pero con esa sensación húmeda y astillosa de la madera de las viejas barricas generalizada en todas las bodegas riojanas. Eran vinos que envejecían en viejas barricas, al tiempo que las barricas envejecían en las viejas bodegas subterráneas. Rasgos que nos parecían inherentes al rioja de las largas crianzas y que infundían respeto, y a los que estábamos acostumbrados. Matices mucho más aceptados que las notas cocidas y azufradas de los vinos corrientes.

Hoy, cuando el vino deja de ser una necesidad, mejorando su calidad infinitamente para convertirse en un lujo asequible; el rioja, por ejemplo, ha dejado de ser un vino para ricos. Un fenómeno que ha creado tres modelos de consumidores: el del lineal del supermercado, el enómano conocedor que busca la excelencia de la calidad, y el nuevo rico que busca las marcas caras en clave de postureo.

El "Corriente" de los pobres

A comienzos de los años Sesenta, el llamado “seis estrellas” o botella de litro con obturador de plástico, fue la lamentable solución a la venta del vino a granel al por menor, que obligaba a invertir en unos costes de embotellado que, individualmente, las pequeñas bodegas eran incapaces de afrontar. Se trataba de crear plantas de embotelladoras en los grandes centros urbanos de consumo. Era una fórmula cuasi cooperativista, pero con una dinámica empresarial de promoción, publicidad y distribución propia. Aparte de los costes de embotellado de cada bodega, se evitaba la maquinaria de limpieza y asepsia de las botellas vacías de retorno. Por otro lado, respondía a la prohibición más o menos blanda de la venta a granel minorista. Fue una medida que se implantó para acabar con la falta de higiene y el fraude sin control en bares y tabernas, en cuyas trastiendas se operaba la mezcla ilegítima de vino y agua.

Aun así, creo que fue una medida apresurada, sin tener en cuenta la experiencia en Francia e Italia, en donde el granel tenía más relevancia para el consumidor. No previeron las consecuencias sobre una tradición inmersa en la sociedad española, frente a lo que se entendía como “vino industrial”, acabando con el vino más personal y “puro” del granel, del que se suponía un origen geográfico rubricado por el tabernero. El consumidor era más indulgente con éste, aunque sospechara que manipulara el vino, que con los “vinos de polvos” y de “química” de los entonces llamados embotelladores industriales. El envasado, logística y gastos de promoción del vino a granel, suponía unos costes adicionales sobre una bebida barata. Encarecer el vino por estos gastos podría suponer en aquellos años un escándalo nacional. La solución que tomaron estas empresas fue aguar el vino, desnaturalizándolo, rebajando la graduación a 11º o 12º, y pasteurizarlo para acabar cualquier rescoldo microbiano que pusiera en peligro la salud, verdadera obsesión del sector en una historia que arranca desde la filoxera de fraudes y estafas. Es cierto que estas plantas de embotellado salvaron del cierre a muchas bodegas particulares de comercialización directa vendiendo su producción a estas empresas.

Iniciales malditas

Aunque la cita de estas empresas envasadoras las he comentado en otros artículos, es bueno que lo sepan los que creen que el vino español ha sido como el que ellos consumen en la actualidad. Estas plantas embotelladoras estaban instaladas en los centros urbanos más importantes o en áreas de mayor consumo. PENTAVIN en Cataluña, SAVIN en el País Vasco, COES en Galicia y Asturias y CASA en Madrid, como las más importantes de España. Las siglas representaban a colectivos de cosecheros cuya producción se envasaba en una planta de embotellado común.  

La célebre botella “6 estrellas”, panzuda y grotesca, tuvo su origen en Francia, allí llamada “botella sindical”, cuando en los años Cincuenta José Gómez Gil, entonces presidente del verticalista Sindicato de la Vid, viaja a Francia y la adopta para España.

En aquellos años el consumidor era escéptico ante las fuertes campañas de publicidad, como la de “un jamón en el tapón”, o “el acordeón de la suerte”, que estimulara la compra de este vino, premios que podían aparecer en el obturador de plástico y que jamás vi un agraciado obtenerlos. Costes se añadían al encarecimiento de la logística urbana del embotellado y retorno de envases. La calidad de estos vinos dejaba mucho que desear ya que procedían de un movimiento de grandes volúmenes con los defectos inherentes, sobre todo, de la conservación   en grandes depósitos de cemento y metálicos a temperaturas no adecuadas. Además, estas tinas generalmente estaban mal revestidas y sometidas a dosis excesivas de sulfuroso para conservarlos el mayor tiempo posible, transmitiendo al vino sabores entre azufre y cemento que, con la pasteurización en el embotellado, se sumaba un gusto cocido. Vinos procedentes de la utilización de grandes prensas continuas, con aprovechamiento excesivo de las partes sólidas de la uva y bajos de acidez.

La implantación de los supermercados en los años Sesenta e hipermercados en los Setenta dinamizó este mercado, pero también el descenso del consumo de vinos en las ciudades. La venta al detallista del granel no desapareció totalmente, sobre todo en las áreas rurales, debido a que el fraude era más difícil por una mayor relación del consumidor con los productores. Mientras que las grandes superficies del vecino país, además del embotellado, permitían la venta a granel, en España no fue así. El declive del consumo de vinos en España se debió en un principio a la escasa confianza del bebedor cotidiano hacia estos vinos “industriales” aguados añorando los tiempos del granel como algo más intimista y cercano con los cosecheros.

Por otro lado, y en paralelo, las grandes cooperativas de Castilla-La Mancha basaban su negocio en un granel vendido con urgencia a los pequeños almacenistas-embotelladores urbanos situados en la mitad norte de España. Estos almacenistas a su vez, reexpedían a tabernas-detallistas y bares. Las cooperativas eran meras entidades sociales transformadoras de uva en vino, sin asumir las fases de acabado y comercialización, que se adjudicaban los citados intermediarios. En el Registro Nacional de Envasadores y Embotelladores de Vinos y Bebidas Alcohólicas editado en 1976 figuraban más embotelladores en las ciudades de consumo que en las zonas vitivinícolas.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

El siglo decadente 1878-1978 (II)

En esta segunda entrega hablamos del periodo comprendido entre 1978 hasta 1980, que nos motivó a emplearnos más a fondo que el resto de países debido al considerable retraso de nuestra vitivinicultura.

Sigue leyendo