Alejandro Fernández se fue

24 May 2021

Alejandro Fernández (1933) ha fallecido el pasado día 22 de un infarto en la cama en su último sueño. Su vino fue el referente internacional del Ribera del Duero. Siguiendo la vieja tradición campesina de su padre de elaborar con raspón, roble y cuerpo, trazó el estilo que hoy define a esta Denominación de Origen. Hasta entonces, el retrato de este territorio estaba marcado por el estilo riojano de Protos y Torremilanos, las firmas más activas en el embotellado en aquellos años porque Vega Sicilia era otra cosa.

Le conocí en el restaurante La Fragua de Valladolid a comienzos de 1980. Su estilo de recio castellano y orgulloso de su vino me cautivó para seleccionar un vino distinto para mis clientes de un club de vinos que regentaba. Nadie conocía esta marca.  Su estampa me pareció la de un lienzo de Zuloaga, pero cambiando la boina por una gorra a lo Buñuel. En sus ojos había un destello de saludable ambición y ganas de progreso, una contracorriente en Castilla pues se considera un viticultor que hace vino. Era osado cuando, a raíz de seleccionar y vender a mis clientes el desconocido Pesquera, me dijo que Vega Sicilia se nutría del vino de esta bodega cuando, en realidad, solo era un proveedor ocasional de uva. Al reseñarlo en mi boletín me ocasionó un conflicto con Jesús Anadón, gerente en aquellos años de la bodega vegasiciliana y que, más tarde, tuve que rectificar públicamente.

"Te voy a explicar -me dijo-. En el 72 hice la bodega, pero antes compré algunas viñas porque siempre he creído que para hacer un buen producto la materia prima ha de ser de primera calidad y esta solo se controla con un viñedo propio". Construye su Pesquera a la sombra implacable de un Vega Sicilia como un ejemplo anhelante y permanente sin la responsabilidad del mito, Alejandro se enganchó al carro de ese prestigio con la valentía en los primeros años -los más difíciles- de vender más caros sus vinos.

En 1986 escribí un artículo en la desaparecida revista catalana Comer y Beber donde vi al castellano típico en su bodega con un cierto pero racional desorden con un toque metalúrgico, reminiscencia de su anterior ocupación dedicada a la reparación de material agrícola, pero siempre mirando de reojo a la viña.  “En un principio -comenta Alejandro- quise hacer una bodega bajo tierra, pero no estaba seguro si la humedad de ese suelo sería adecuada aquí porque al estar cerca del Duero hay mucha agua, lo que me hizo pensar que quizá el vino al envejecer lo pudiera tener gusto a moho. La bodega huele a madera seca limpia, bien tratada. Incluso en el límite del ingenio, Alejandro ideó un artefacto que ya llama el “bidet de las cubas” con el que estufa las barricas con un chorro de agua hirviendo. En los cielos de la bodega una enorme grúa como un Ulises de rodamientos, localiza el tonel en cualquier punto desplazándolo como una pluma, hasta ese momento no había visto el artilugio.  

Los primeros pesqueras de los años Setenta eran vinos cubiertos, broncos pero honestos, elaborados aún con escobajo, lo que les confería una astringencia excesiva siendo por el contrario débiles para el envejecimiento en botella como me sucedió en algunas que guardé en mi bodega. Pero Alejandro es de la tierra y con los pies en ella. Un hombre que escuchaba y recogía todos los buenos consejos, algo difícil en la gran familia de bodegas castellanas. Más tarde afinó sus tintos sin perder esa fisonomía que le ha caracterizado.

Siempre iba con sus botellas debajo del brazo, en los restaurantes, incluso en cualquier acto que no le correspondía y en el avión. Me contaron una anécdota: cuando Alejandro viajaba en primera rumbo a Nueva York, se acercó al entonces ministro de Asuntos Exteriores Fernando Morán, que viajaba en el mismo vuelo, sin saber la significación del personaje. Le dijo impertérrito que su cara la había visto en alguna parte. El ministro le miró estupefacto hasta el momento que le sirvió su Pesquera correspondiente. Era único, no sabía inglés, pero llevaba la voz cantante en los mercados, ya que por su expresión y elocuencia campesina todos le entendían. 

El espaldarazo a su vino, pero también a su figura, fue el comentario de Robert Parker que señaló a su tinto a la altura del mejor Pomerol anotando la mayor puntuación a un vino de la Ribera. La amistad con Julio Iglesias y los elogios de ese gran periodista que fue Feliciano Fidalgo de El País, trazaron todo un camino de éxitos. Recuerdo que algunos distribuidores provinciales me pidieron que intercediera con Alejandro para llevar sus vinos incluso pagando al contado. El único error fue no jubilarse a tiempo sin pasar el testigo a sus hijas, lo que le ocasionó graves problemas no solucionables a la hora de su muerte. Genio y figura hasta la sepultura. Descanse en paz mi viejo amigo castellano.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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