La prehistoria del vino de La Mancha
Hasta mediados del siglo XIX, el viñedo era la tercera economía después del cereal y ganadería.
No hubiese medrado porque estas joyas eran intocables y no estaban a la venta. Vinos que se reservaban para el cabeceo, término jerezano que significa mejorar la producción estándar mezclándola con escogidas botas de viejas soleras. Debido al carácter privado de Navazos, las bodegas aceptaron el compromiso de venderles pequeñas cantidades sin afectar a ese papel histórico del cabeceo. Y es que, salvo Jerez, es posible que no haya ninguna otra zona vitivinícola del mundo que no se haya aprovechado de su patrimonio histórico como locomotoras de prestigio.
Un jurista de Derecho Penal, como Jesús Barquín, y un enólogo, como Eduardo Ojeda, director técnico del Grupo José Esteve, con la asistencia libre e intelectual de ese otro sabio del jerez, que es Álvaro Girón, no podían imaginarse que el Equipo Navazos que ellos fundaron se convertiría en el primer paso para etiquetar estas joyas ocultas del jerez. Este proyecto, con la intrascendente compra de pequeñas partidas para un grupo de amigos alejado de los círculos comerciales, logró que las grandes firmas se concienciaran de que también se puede hacer negocio con el prestigio y que estos vinos, a la larga, servirían también como locomotoras de otros jereces menores.
Andanas de botas jerezanas
En un principio, no se les pasaba por la cabeza que la venta fuera pública, debido a la escasa producción de estos vinos. Por ello, la distribución tenía un carácter privado, de modo que se pusieron en contacto con amigos y amigos de sus amigos, todos ellos apasionados por estos vinos llenos del espíritu de la flor y la crianza sincera, sin decoloración ni filtrados. Periodistas y comunicadores como Víctor de la Serna, Luis Gutiérrez o Paco del Castillo; sumilleres como Pitu Roca o Andreas Larson entre otros; hombres del vino como Jesús Madrazo o Mariano García y distribuidores vocacionales como Quim Vila, Paco Berciano o Coalla creyeron en el proyecto para consumo propio. No tardaron en contactar más tarde con los importadores extranjeros sensibles a estos jereces por su complejidad y finura que seleccionaban desde finales de 2005 muy alejados del catálogo comercial de las bodegas. “Como colofón -señala Barquín- la Bota nº 7 de Fino Macharnudo fue premiado como “Vino del Año 2007” en la revista Sibaritas de la Guía Peñín. No podemos olvidar que la caída del jerez a comienzos del año 2000 era un lastre a vinos como los nuestros menos comerciales y que se caracterizaban por su mayor densidad, complejidad y de colores de tonos amarillos”.
Yo mismo quise comprar algunas de estas joyas a finales de los Setenta para venderlos a mis socios de Cluve, ya fueran finos, olorosos o amontillados. La respuesta de las bodegas histórica fue: “Lo siento Pepe, no os lo podemos vender por dos razones: la primera porque son la esencia que después mezclamos con otros vinos inferiores; la segunda es que, por la poca cantidad de que disponemos, tendríamos que ponerlos a la venta a unos precios inalcanzables que nadie va a pagar”.
En aquellos años, la servidumbre de los principales exportadores estaba entorno a los grandes volúmenes y a la guerra de precios. Las joyas enológicas servían, sobre todo, para impresionar a las visitas de periodistas. En la búsqueda de los vinos desconocidos me tuve que conformar con los vinos estandarizados de Bodegas Manuel Guerrero, con el único valor de ser una bodega desconocida en esos años. De aquellas marcas (La Jaca, Solito, Geraldino y Meloso) solo sobrevive La Jaca, hoy en manos de la bodega Álvaro Domecq.
Unos años más tarde, el fallecido Rafael Balao, director general de la bodega de Emilio Lustau, quiso dar protagonismo a las bodegas familiares que eran proveedoras anónimas de las grandes firmas, reseñando sus nombres en las etiquetas de un escogido grupo de vinos que se llamó “Almacenistas”. Por mi parte, me cabe el orgullo de haber contribuido en este empeño dando a conocer en 1983 el moscatel de pasas Emilín (cuando eran auténticas pasas).
En la segunda mitad de los Noventa y sin el perjuicio de vender más caro, los primeros intentos de potenciar sin ambages la escasa alta gama de los vinos jerezanos, entraron de la mano de González Byass con los vinos “premium” con la etiqueta de fondo marrón, como la reedición de la vieja práctica decimonónica de las añadas con la cosecha 1979, el Pedro Ximénez Noé (entonces con 9 grados naturales), el palo cortado Apóstoles o el Matusalén. Osborne también se apuntó a esta iniciativa con el Solera India, el Rare Sherry 30 años y otros, a precios impensables unos años antes. En un reportaje que firmé en 1995 con el título de El Jerez Oculto, destaqué nombres entonces tan desconocidos como Maestro Sierra, Pilar Aranda, Otaolaurruci o el Algibe, los cuales proyectaron vinos propios más allá de ser solamente proveedores de las grandes bodegas históricas.
A partir del momento actual, cuando la diversificación de estilos y marcas convierte a Navazos en una entidad comercial de lujo, comienzan a aparecer iniciativas de otras bodegas como los finos “en rama” los “palo cortado” y olorosos de alcurnia. En paralelo, comienzan a aparecer los vinos de mesa con toques de flor y una vuelta seria a los pagos de albariza, con un mayor protagonismo del terroir. Navazos ha sido y es una pieza clave en el desarrollo del jerez de altos vuelos, una figura indispensable para entender la trascendencia y grandeza de unos vinos únicos.
Hasta mediados del siglo XIX, el viñedo era la tercera economía después del cereal y ganadería.
Se entendía que el mejor blanco era el manchego, mientras que el tinto debía de ser valdepeñero.
Fueron los primeros en introducir desde 1950 el cultivo de levaduras seleccionadas desde la tecnología cervecera.