Retratos: Carlos Águila
Poca gente está al tanto de que Carlos Águila cuenta en Twitter con el mayor número de seguidores del vino de este país sin contar a Josep “Pitu” Roca.
Dos actitudes dominan el panorama de los usuarios en relación con el vino, ya sean profesionales o simples aficionados: los que pinchan “me gusta” o retuitean por amiguismo y afinidades personales, y los que clican temas muy elementales o marcas de vinos conocidas. En el primer caso, prevalece la persona sobre el producto y en el de los segundos, exaltan marcas conocidas o consumidas por ellos. No obstante, desde mi perspectiva de dinosaurio del ramo, he de decir que estas distintas voces, incluso con las actitudes citadas, han contribuido a dar a conocer el vino más que antes desde muchos más ángulos y formatos.
Lo que inspira a los que ejercemos la labor periodística es la información y, en mi caso, además, la divulgación de una materia que, como la del vino, ha sido pobre y escasa hasta hace nada. Siempre me escudaba en mi larga experiencia como comunicador y escritor. Pues bien, cuando me apunté a las redes sociales y sin pastorear a nadie, pensé que la divulgación, gracias a su amplio espectro, podría convertirse en un instrumento interesante y que facilitaría un debate constructivo. Es cierto que, en la actualidad, el número de interesados por el vino es mucho mayor que en mis tiempos pasados y por eso me las prometía muy felices pensando que el papel divulgador, que me sentía obligado a ejercer por mi experiencia, sería provechoso para las nuevas generaciones.
Sin embargo, los resultados son precarios. Cuando se trata de reportajes en profundidad de nuevas zonas o marcas inéditas, el interés baja de un modo alarmante, sin curiosidad por conocer el perfil del vino o de su autor. Impera el interés por el marquismo, las puntuaciones o preferencias vinícolas del comunicador. Así lo percibo según los datos de la repercusión de mis artículos.
Asimismo, hace tiempo que intenté huir de esa endogamia que nos caracteriza al hablar solo de vinos de terruño de alta puntuación o bodegas boutique para una minoría. Algunos colegas decían: "¡Qué horror, hablar de vinos de supermercado!" Era consciente de que el 85 por ciento de los compradores se dirige a los lineales de los supermercados ¿Quién orienta a esta gente? Mis lealtades a todos los niveles de bodegas y consumidores me obligan a esta práctica.
Es cierto que nunca como ahora el consumidor está tan informado merced a los blogs, foros y algunos francotiradores perspicaces que, a través de Facebook, operan con ironía y discernimiento. En distintas ocasiones he dicho que los blogs han generado una corte de seguidores por su cercanía y estilo desenfadado. Los hay mediocres y los hay que saben, como también ha ocurrido en el periodismo especializado desde siempre. Es cierto que, al margen de que algunos publiquen por el simple ego o porque les divierte, otros sobreviven con información pagada por las bodegas. Pero prefiero esto al silencio total, como ocurría antes de inventarse este terremoto que constituyen las redes sociales. Lo importante es que el vino resuene por todos los lados.
Me gustaría que se abriera un debate sobre lo que sobra y falta en la red en torno al vino. Es cierto que si cualquiera intentara saber más sobre una marca, bodega o cómo comprar la botella, tiene a su disposición la barra de Google que todo lo soluciona a partir de la información procedente de la web de la bodega, los precios de los comercializadores online y las puntuaciones de las guías. Es posible que todo esto contribuya a centrar el interés más en la crítica que en la información que uno pueda ofrecer.
En cuanto al formato audiovisual, he de reconocer que supone un elemento de suma importancia en estos tiempos en los que se mira más que se lee. Es importante el gancho del comunicador que, con su presencia incluso algo descocada, pueda retener el interés hacia el vino con videos cortos y sin grandes profundizaciones técnicas. Hay dos ejemplos que ya funcionan en otros sectores, pero en el vino es más novedoso: Santi Rivas, bajo el seudónimo de Colectivo Decantado, y Meritxell Falgueras. El primero divertido, locuaz e irreverente; la segunda alegre, sensual, fresca, sonriente y con un gran desparpajo. Para mí representan dos modelos diferentes de nuestro tiempo para mitigar el temor de los nuevos consumidores hacia una materia, enrevesada sobre todo para los que empiezan. Ellos gastan la informalidad, la broma comedida y la soltura sin corsé ante la cámara, transmitiendo un mensaje desenfadado. Un mensaje con ciertos guiños de humor, sin los execrables tecnicismos y circunspección que en ocasiones nos sobran -yo el primero- que pueden contribuir a acercar el vino al consumidor de un modo fácil y natural. No son advenedizos ni indocumentados, sino todo lo contrario. Este fenómeno lo conocí hace años de la mano del norteamericano Gary Vaynerchuk, un personaje capaz de arrastrar al vino a las masas desorientadas con un estilo ágil, descomedido, pero perfectamente entendible como fórmula para vender vino a través de las redes.
Esta nueva vía para ganar adeptos a la causa ha llegado para quedarse. Yo seguiré con lo que sé hacer: utilizar mi experiencia ahondando más sobre el vino, aunque pueda aburrir a unos cuantos. Es lo que me toca.
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