La cumbre de Recaredo en Can Roca
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El protagonismo en vida de este personaje fue tan radical que parecía que él era todo y que la familia servía como un entorno sentimental, pero no era así. El verdadero nombre de la bodega debió haber sido siempre Familia Fernández Rivera, Fernández por Alejandro y Rivera por Esperanza, su viuda.
Porque la participación de su mujer y sus hijas no sólo representaba el envoltorio familiar para reunirse los domingos en la casa paterna, sino que en la práctica servía para trabajar codo con codo desde el principio, aunque todas ellas estuvieran alejadas de las fotos.
Siempre pensé que, tan pronto desapareciera el personaje, la familia vendería el legado al mejor postor. Pero no fue así. Cuando visité hace unos meses la bodega, me di cuenta de que la discreción e, incluso la timidez de las hijas, no afectaba a la actual dimensión mucho más empresarial y emprendedora, con unos vinos mas actuales sin abandonar las raíces de aquel Pesquera potente, especiado y frutal que fue el modelo de la Ribera del Duero que la mayoría de sus bodegas adoptaron. De aquel vino casual que naciera en los Setenta con un temple campesino, surgió el egocentrismo de Alejando Fernández blandiendo un tinto como la bandera de la D.O., aupado por aquella sonada y disparatada frase que dijo Parker de que el tinto Pesquera era el Petrus hispano. Alejandro murió con 88 años intentando sujetar el mando hasta el final y con sus facultades algo mermadas, cuando cualquier empresario hubiera cedido la antorcha a la siguiente generación a una edad más conveniente.
Hoy, en el panorama de la bodega se encuentran su mujer Esperanza, sus hijas Olga, Lucía y Mari Cruz, trabajando sin alharacas y con ciertas dificultades para mantener el pulso del Grupo. No sólo aparece la segunda generación, sino también la tercera, ya en edad de asumir responsabilidades, con Inés y Elvira Bocos, así como Lucía y Ángela Pascual, todas rematadas en su segundo apellido Fernández del fundador.
Hablando con Esperanza en la última visita a la bodega, haciendo honor a su nombre, me transmitía con su sonrisa la esperanza de que cuando acabe el tormento jurídico entre las dos partes de la familia y que está en los periódicos, tarde o temprano llegará para brillar como nunca la rehabilitación de Alejandro como el creador del mito Pesquera. La única marca de vino con nombre de pueblo. Fue inteligente el alcalde hace 50 años al permitir la utilización del nombre, y así poner Pesquera en el mapa.
Los litigios más sonados entre las familias vinícolas se producen casi siempre entre hombres. La familia Fernández Rivera son mujeres: madre, hijas y nietas conforman un destello de confianza, dentro de que la mujer suele ser más cauta y moderada durante el proceso. Las 4 bodegas se hallan en los primeros puestos de modernización y sus vinos no han sufrido el menor deterioro en sus características. En la base de datos de la Guía Peñín, desde 2011 los vinos han ido mejorando en calificación. Salvando la excepción de la cosecha 1986, que fue excepcional, el conjunto de las marcas ha mantenido la solidez a través de un modo de elaboración y crianza jamás abandonado.
En la cata del pasado 23 de octubre probé los top de la bodega. El primero fue el tinto Alenza 2018, nombre que sintetiza los del matrimonio: Alejandro y Esperanza. Sus rasgos principales son de un color cereza intenso, también con cuerpo, con la percepción especiada de su condición de gran reserva y los taninos del roble y del hollejo con un final de boca silvestre y balsámico. Para mí fue una sorpresa. El siguiente vino fue Millenium 2018, con una ligera mirada hacia la modernidad con su crianza en roble francés, que le dota de esa cremosidad tostada que no impide percibir un tono de fruta roja madura y algo más elegante. Por último, el veterano Janus 2018, del que sólo se elaboran botellas en años excepcionales. Un tinto corpóreo, con la expresión terciaria como “gran reserva”, muy bien ensamblado con el carácter frutal maduro de la tempranillo, con ese punto particular que poseen los vinos de esta bodega envejecido en roble americano y con un 50% de raspón.
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