El estilo clásico de los vinos de El Hierro se acerca a los vinos “generosos” en alcohol, una generosidad que les permitía aguantar los traslados por mar sin que el vino resultase perjudicado. Hoy en día el transporte ya no es el mismo y esa capacidad de evolución se puede afrontar con la gran acidez de sus vinos. En un lugar donde el precio de la producción está muy por encima de la media, con producciones irrisorias sólo queda la posibilidad de apostar por la elaboración de vinos de altos vuelos en los que poder repercutir todos sus sobrecostes, tal y como hacen otras zonas como Priorat. Sin embargo, aunque la sencillez de estilo impera todavía en muchas de sus elaboraciones, la singularidad del terruño aflora con gran facilidad, y ahí es donde termina por encajar entre un público ávido de nuevas experiencias en el vino.
El Hierro tiene y puede desarrollar aún más la capacidad de mostrar algo diferente y único. La verijadiego local, la uva blanca que más singularidad aporta a sus vinos es muy especial, con notas silvestres y florales muy interesantes y diferentes, algo que muchos explotan casi de forma inconsciente, si no se empeñan en utilizar levaduras que interfieran en los aromas y sabores propios de la uva.
La singularidad de sus suelos, arenoso-pedregosos y de rofe, ricos en basalto, el régimen de altitudes que van desde el nivel del mar hasta los 950 metros de la zona de El Pinar, y sus variedades locales, hacen de esta isla un auténtico diamante en bruto. Estamos en un punto de inflexión de la isla, que ya empieza a querer reclamar su lugar en el mundo del vino, un lugar que sin duda tiene oportunidad de ocupar si las cosas se hacen con cabeza.