En otra ocasión, se me ocurrió fletar 3 globos aerostáticos con periodistas para recorrer unos viñedos riojanos, no recuerdo para qué bodega se hizo. Se eligió el mes de enero, el más anticiclónico y, por lo tanto, el más calmoso y con menor diferencial térmico entre el suelo y las alturas. Cuando los colegas subían al cesto aerostático, se levantó una ligera brisa que me acobardó. Yo, naturalmente, iba a entres después de todos en el cesto, lo que me permitió abstenerme en el último momento por la escasa necesidad que sentía de volar colgado de un globo, contemplando pie en tierra las caras iracundas de los que se iban alejando hacia el cielo. Uno de los globos hizo un aterrizaje poco ortodoxo, con rodilla en suelo de mi amiga Paz Ivison, que se acordó de todos mis antepasados.
En alguno de los primeros años de los Noventa, Jean Gervais, dueño de Cosme Palacio, transformó la tradición del “vino de cosechero” de Rioja Alavesa en un verdadero beaujolais, al que puso el nombre de Milflores. Baiser de fleurs, como él decía, admirando la flora silvestre riojana que rodeaba en cada primavera sus viñedos de Laguardia. Sostenía su idea de cómo se mezclaba el polen de las flores con el polen de la vid, impregnando las pieles de las uvas, dotando al vino de los aromas florales que tanto le seducían. En aquellos años, nos encargó la presentación del vino. Le sugerí una tienda de flores madrileña cuya originalidad motivó la presencia de un nutrido grupo de periodistas. Gervais era un tipo soñador, con muchas ideas, pero más o menos atándole en corto Luis Valentín, que era el consejero delegado con el que sintonicé muy bien.