La intrahistoria de Protos

14 January 2025

El fenómeno Protos ha trascendido más allá del negocio de una bodega. Pocos casos se han dado en convertir una antigua cooperativa en una de las marcas con mejor posicionamiento en el mercado del vino de calidad en España, hasta el punto de codearse con los históricos vinos riojanos en escaparates, lineales y restaurantes.

Es razonable pensar que el fin histórico de una cooperativa que agrupa a pequeños cosecheros, fuese mantenerlos con vida, convirtiendo sus viñas en vino a la espera del comprador local que los lleve en garrafa o del embotellador urbano que los transporte en cisterna. Lo insólito es que dos años después de la fundación de lo que se llamó Cooperativa de Peñafiel en 1927, se les ocurriera embotellar un vino con el nombre de Protos, que en griego quiere decir “Primero”. Que yo recuerde, solo la cooperativa de Alella se anticipó en 1910 al embotellar el histórico Alella Marfil. Posiblemente se refiere a ser la primera cooperativa castellana que embotelló.

Imagen antigua de la fachada original de la bodega Protos.
Imagen antigua de la fachada original de la bodega Protos.

Que una bodega bajo el manto cooperativista tuviera el coraje de crear marca en aquellos tiempos, seguramente fue debido al nivel cultural de las 11 familias fundadoras. Por el temple de sus fotografías se percibe mucha corbata y casi ninguna boina. Me lo confirmó Edmundo Bayón, ya jubilado, nieto de uno de los fundadores y que conoce como nadie la trayectoria de esta casa. Me contaba que el hecho de que una cooperativa embotellara en aquellos tiempos era debido a que, de los once cosecheros fundadores, nueve contaban con un cierto nivel profesional y cultural, y se atrevieron a emular con el embotellado las costumbres de las grandes casas riojanas que vendían marca.

La disquisición del nombre Ribera del Duero

La Ribera del Duero no existía como territorio vitivinícola en mi primer viaje a la zona en septiembre de 1975. Cuando se nombraba “La Ribera” como espacio vitivinícola aludía a la Ribera de Burgos. La zona del río de la provincia de Valladolid se denominaba Peñafiel. Hubo sus más y sus menos con los burgaleses a la hora de utilizar el nombre Ribera que habían acuñado. A la hora de unir las dos provincias vinícolas se optó por nombrar al Duero, pero había que vérselas con la Cooperativa de Peñafiel que tenía registrada las dos palabras: Ribera Duero sin la preposición “de” como nombre de la bodega. Pero hay algo más. En el Catastro Vitivinícola de los años Setenta, el Duero a su paso por la zona fronteriza con Portugal, se llamaba “Ribera de Salamanca” y en otros documentos aparecía “Ribera del Duero” cuestiones que tuvieron que lidiar los fundadores de la D.O. Al final, la cooperativa cedió a la Denominación de Origen el nombre, aunque sigue en propiedad de la firma.

Imagen en detalle de una botella de vino de la bodega Protos, Ribera del Duero.Imagen en detalle de una botella de vino de la bodega Protos, Ribera del Duero.

Cuando recorrí en aquel año el Duero vallisoletano y burgalés los vinos estaban en manos de cosecheros de granel y cooperativas. Las bodegas que embotellaban marcan apenas sobrepasaban los dedos de una mano. La zona se definía como una sucursal de la Rioja en cuanto a la estructura y algo más de ligereza de sus tintos, con mayor acidez y menor grado alcohólico. Antes de convertirse en moderna denominación de origen, la Ribera del Duero estaba partida en dos territorios: La Ribera de Burgos, que tenía como capital Aranda del Duero, y la zona de Peñafiel en Valladolid. En la primera sobresalía el clarete y en la segunda el tinto. A mí ni a nadie se le ocurría pedir en un bar de Aranda un tinto como tampoco pedir un clarete en Peñafiel. En la parte oriental y burgalesa del Duero predominaba el clarete en producción y consumo. 

Lo más curioso es que el vino mayoritario que se bebía en la ciudad de Burgos era el rioja, igual que en Soria. El tinto ribereño solo se bebía en el tramo vallisoletano del Duero.

Mi primera visita, 1975

Cuando entré en la Cooperativa de Peñafiel con el fin de comprar para mis socios del club de vinos, me topé con una nave industrial con fachada de ladrillo al pie de la carretera de Valladolid a Aranda. En esa fecha me recibió Leonardo Cano, al que le faltaba un brazo, pero que con el otro tenía una agilidad que asombraba al más pintado. Debía de ser el gerente y, pluma en mano, iba anotando el pedido en un manoseado cuaderno sentado en un cuartucho entrando a mano izquierda. Creo que fueron doscientas cajas de Protos 1968 las que adquirí al «costosísimo» precio de 100 pesetas botella (0,60 euros).

El célebre tinto se criaba durante seis años en barricas de roble americano en las profundidades de la colina del castillo de Peñafiel. 

Una bodega subterránea construida en 1970 con una humedad casi del 98 por ciento sobre todo en verano por condensación, por lo cual el olor a moho era un distintivo. Recuerdo una vez cuando me quejé del olor ligeramente mohoso de alguna partida, me respondieron para salir del paso que se debía a los corchos de origen marroquí. Unos años más tarde, el problema se solucionó. 

En realidad, las notas húmedas en los tintos, sobre todo en la Rioja, eran rasgos normales porque gran número de vinos de crianza reposaban en bodegas subterráneas, y el 90 por ciento de las barricas eran viejísimas, por lo que eran presa fácil para la contaminación.  

Imagen de la bodega subterránea de Protos.
Imagen de la bodega subterránea de Protos.

El tinto Protos era un vino caro para no ser un rioja o un jerez y es por ello que su comercialización era muy reducida, posiblemente a nivel provincial. Es probable que hubiera una intención de evocar los precios de Vega Sicilia. Aromas y sabores que me parecían muy riojanos, y eso entonces era un marchamo de singularidad y prestigio, con la diferencia de su destello de acidez como un vino más atlántico, porque en aquellos años asesoraba a la bodega Manuel Ruíz Hernández, que entonces trabajaba en la Estación Enológica de Haro, contribuyendo a que los vinos tuvieran un cierto temple riojano. Otro vino que tuvo cierto éxito entre mis socios del Club fue el tinto Ribera Duero, no tanto por el precio, más asequible, sino por su frescura, ligereza y expresión frutal, rasgos muy evidentes al no pasar por madera. El enólogo de entonces fue Teófilo Reyes, hoy con bodega propia, es protagonista de uno de los mejores vinos de la Ribera del Duero.

Botella de la bodega Protos antigua, denominada como Botella de la bodega Protos antigua, denominada como "vino de mesa".

Sin duda, Protos, el nombre actual de la bodega fue la primera experiencia en España en convertir una cooperativa en una Sociedad Limitada en 1990, prescindiendo de las decisiones asamblearias de estas entidades que no llevaban a ninguna parte y eran el principal lastre para su crecimiento. Hoy es una marca que no falta en ningún escaparate, vinoteca e, incluso, en los aeropuertos. Un asunto que merecería un artículo aparte.

Hace unos años encontré en mi bodega personal un Protos de los años 50 o 60. Al no existir la D.O. tenía la categoría de un simple "vino de mesa". El término "clarete" que aparece en su etiqueta estaba muy generalizado en Castilla y aludía a su condición de no ser un tinto con la intensidad de color que se suponía en aquellos años.  

Lo descorché y apenas asomaba un ligero brillo frutal, con unos taninos apenas perceptibles, con una acidez elevada por su bajo tenor alcohólico (11,5º), hecho bajo aquel estilo riojano que se estilaba entonces. El nivel del líquido llegaba hasta la base del cuello de la botella. Una reliquia más por su continente que por su contenido.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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