Mi pasado con el vino de Madrid

22 April 2025

Hoy mismo esta casa, con la larga experiencia en montar salones, organiza un encuentro con las principales marcas de la D.O. Vinos de Madrid en la Casa de Correos de la Puerta del Sol. Aprovechando la ocasión voy a contar mis primeras experiencias en los años 70 cuando se conocían como “Tierra de Madrid”. Historia resumida que extraigo de mi libro Mis Memorias del Vino que se pondrá a la venta el próximo mes de mayo.

El último viñedo urbano de Madrid que vieron mis ojos fue en Fuencarral, próximo a las tapias de la estación de Chamartín. A Manuel (que así se lla­maba) lo encontré en 1977 picando el suelo con la azada cuando la sombra de la expropiación asomaba por el horizonte. Me dijo que esa viñi­ta guardaba muchos recuerdos para él, donde elaboraba un vino que vendía en su taberna de Fuencarral. Posiblemente fuera el úl­timo vino «precioso» de moscatel que se extendía por las lomas de esa localidad hasta Alcobendas y que citaban nuestros clásicos, además de los de Carabanchel, como los mejores de España.

El tempranillo de Madrid

Antes de las autonomías, la provincia de Madrid estaba integrada en la llamada Castilla La Nueva. Los datos históricos sobre su consumo se reflejaban en las páginas de nuestros escritores del pasado como vino de taberna, sobre todo de la zona este de la provincia.

Cuando comencé a catar los vinos madrileños, una gran ma­yoría de las marcas procedían de la zona este de Madrid. Incluso cuando se fundó la D. O. Vinos de Madrid, sus dirigentes veían con mejores ojos el futuro de esta zona. Chinchón, Arganda, Col­menar de Oreja y Villarejo de Salvanés eran los proveedores debi­do a un mayor colectivo de bodegas particulares y a un viñedo mayoritariamente de tempranillo, entonces considerada como la reina madre del viñedo español. 

En la década de los cincuenta del pasado siglo, los principales almacenistas riojanos adquirían los tempranillos de Arganda para hacerlos pasar por riojas, cuando en su tierra todavía mandaba la garnacha y el tempranillo era escaso. Yo no veía claro que del tempranillo de maduración precoz en un clima mesetario se pudiera hacer un vino más allá de una correcta evocación manchega.

En los orígenes de la D. O, se atendía mucho a la zona este de Madrid, en concreto: Chinchón, Arganda, Colmenar de Oreja y Villarejo de Salvanés eran los proveedores debido a un mayor colectivo de bodegas particulares y a un viñedo mayoritariamente de tempranillo.
En los orígenes de la D. O, se atendía mucho a la zona este de Madrid, en concreto: Chinchón, Arganda, Colmenar de Oreja y Villarejo de Salvanés eran los proveedores debido a un mayor colectivo de bodegas particulares y a un viñedo mayoritariamente de tempranillo.

No obstante, hubo una excepción a finales de los años seten­ta, gracias a la mano bordelesa de Isabel Mijares, en aquellos años como asesora externa de la bodega Jesús Díaz, de Colmenar de Oreja. En mi búsqueda incansable de un beaujolais hispano, en que prevaleciese el concepto afrutado sobre las notas vinosas de la mayoría de los vinos mesetarios, lo seleccioné para el club de venta de vinos por correspondencia que regentaba. 

El tinto se convirtió en el primer vino de moda de Tierra de Madrid, en medio de lo que comenzaba a ser relevante en España como el vino nuevo, como una evocación hispana del beaujolais nouveau. Le puse el nombre de Colmenar con la cosecha 1982. Tuvo una enorme di­fusión mediática gracias a la valoración de Xavier Domingo, el crítico culinario más relevante entonces. Una marca que sobrepa­só el pequeño círculo de seguidores de mis búsquedas, para con­vertirse en marca propia de la bodega. Le advertí que ese nombre tendría los días contados por la posible negativa del alcalde de Colmenar de Oreja a que se utilizara el nombre del municipio para un producto comercial, como así fue. No tuvo la misma for­tuna que Alejandro Fernández en la Ribera del Duero al proyectar el nombre de su famoso tinto Pesquera, a quien el Ayuntamiento de esta localidad agradeció por situar en el mapa el nombre del municipio gracias a este tinto.

La conquista del oeste: San Martín de Valdeiglesias

En 1982, en la revista Bouquet se me ocurrió la «temeridad» de escribir sobre los vinos de la provincia de Madrid, antes de crear­se la D. O. Son tres subzonas: Al este, Arganda y al oeste Naval­carnero y San Martín de Valdeiglesias. Incluso la subzona del Molar al norte de la capital presentía, por su cercanía a la sierra, unos vinos más ligeros, pero sin concretarse en ningún vino ya que la única bodega funcionando era una cooperativa de vinos de garrafón.

Navalcarnero era el epicentro de la variedad negral, uva tin­torera que adquirían, sobre todo, los mayoristas gallegos para re­forzar sus ribeiros. En sus tierras secas, calientes y arenosas, resul­taba una quimera que se hiciera algo decente con la negral, al menos en aquellos años. Asimismo, la subzona de San Martín de Valdeiglesias la componían cooperativas, más centradas en pro­ducir graneles de elevado grado alcohólico que, junto a las vigoro­sas garnachas de Méntrida y Almorox, salían disparados en cister­nas a los cuatro puntos cardinales. Los tintos de San Martín de Valdeiglesias, con los de Cebreros y Méntrida, componían la esencia de los principales embotelladores capitalinos para envasar en la botella del “seis estrellas”, o vino corriente de litro.

Pues bien, en aquel reportaje predije que la zona madrileña de San Martín de Valdeiglesias tendría el futuro más halagüeño. Una zona donde convergen las provincias de Toledo, Madrid y Ávila. 

Las zonas vinícolas que integran la D. O Vinos de Madrid son: El Molar, Navalcarnero, Arganda y San Martín de Valdeiglesias.
Las zonas vinícolas que integran la D. O Vinos de Madrid son: El Molar, Navalcarnero, Arganda y San Martín de Valdeiglesias.

Concepción Llaguno, una de las más expertas del vino dijo en aquellos años sobre el vino de Madrid que, para acabar con los “seis estrellas” de litro de envasado industrial, lo mejor sería vender los vinos al mes de la fermentación, conservando los valores primarios y disminu­yendo costes de almacenamiento.

¿En qué me basaba para asegurar un futuro esplendoroso a unas tierras arenosas con pinares y escenario de domingueros hol­gando a la orilla de los pantanos? 

Sencillamente, por saber de an­temano cómo eran estos vinos recién fermentados antes de pasar el calvario de sus almacenamientos en depósitos de cemento, ma­lamente conservados con sulfuroso y, la mayoría, oxidados. 

Aque­llos vinos en enero eran flor de un día, eso sí, con leves toques silvestres, ricos en expresión frutal, con una garnacha muy borgo­ñona, abierta de color (decían que el color precipitaba antes de tiempo), pero que, a partir de abril, perdía todos estos atributos por el brutal almacenamiento en los grandes depósitos de cemen­to de la cooperativa. Sin embargo, vi el destello más importante por sus marcadas notas minerales y lo que podía resultar de la vi­ticultura de montaña

Por esa razón, cuatro años más tarde me puse a patear la zona de las garnachas del Tiétar, descubriendo la fortaleza de las garnachas tabernarias de Casillas, lugar donde una amiga mía tenía una casa en la que pasábamos unos fines de sema­na muy lúdicos. Por allí seguí con mi afición de ir a los bares, al­gunos de los cuales elaboraban vino para consumo propio. Recorrí San Martín, Cebreros y el Valle del Alberche. Fue un regreso a la prehistoria del vino viendo mulos y caballos con aperos de arado, que aún subsisten. Viñas surtidas de pequeños lagares de piedra cerca de las carreteras donde se descargaban los comportones de racimos, hoy prácticamente desaparecidos.

Me interesaba ver el comportamiento de las raíces de las vi­ñas viejas en los terraplenes de granito desmenuzado de la comar­ca de San Martín y norte de Méntrida, ricos en sílice (Cadalso de los Vidrios, como su propio nombre indica, fue cobijo de una fá­brica de vidrio), además del terruño que cada altitud en un paisaje agreste podría aportar. Al tiempo que San Martín era un lastre por pertenecer a una Denominación sin prestigio entonces, como era Vinos de Madrid, faltaba la labor de un enólogo mediático que impulsa­ra la zona. Le propuse a Carlos Falcó paradigma del pionerismo vitícola español y que ya entonces oteaba la zona, que apostara por San Martín, en base a su vinífera y al suelo pobre y salvaje, y me respondió que la garnacha oxidaba más que la catalana y perdía color. El Marqués de Griñón era muy fiel a su filosofía bordelesa de coloraciones más intensas.

Dos o tres años más tarde, le comenté a Elena Arribas, en­tonces secretaria del Consejo Regulador de la flamante D. O. Vi­nos de Madrid, mi intuición de la probable excelencia de los tintos de San Martín de Valdeiglesias. Arribas me comentó muy escép­tica, que el cooperativismo estaba muy arraigado en la zona. Efec­tivamente, eran vinos de garnacha oxidados, rústicos, bajos de acidez y algo caídos de color, a lo que habría que añadir la baja producción por hectárea y, en consecuencia, su dudosa rentabili­dad. Yo le respondí con cara de alumno aplicado que eso se resol­vía con algunas mentes preclaras y muy enológicas de que invirtie­ran en el oeste madrileño. Y esa es la realidad de hoy.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

Zonas desconocidas del vino

Saciado de visitar durante toda mi vida profesional las zonas afamadas, me he trasladado a la Alcarria, a los estribos de la Sierra de Culebras en Zamora o a los pies pirenaicos de Sobrarbe de Huesca.

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