"Mi" Real Academia de Gastronomía

11 February 2025

Un día de 1983, tres años después de su fundación, me llaman de la Academia Española de Gastronomía para comunicarme si aceptaría pertenecer como académico de número a dicha organización. Todavía sin categoría de personaje, con apenas ocho años en el vino, no como gozador en mesas de poder, sino como "buscavinos" pateador de caminos rurales, me quedé pasmado ante la propuesta.

En la España de los 70 la gastronomía nacional escrita estaba anclada en el ensayo y en los libros de recetas. La Academia Española de Gastronomía fue el primer intento de situar esta cultura en lo colectivo con objeto de potenciarla, sin el matiz profesional que expresaba L’ Académie Nationale de Cuisine francesa, enfocada solo a los cocineros. Por eso se utilizó el término más genérico “gastronomía”, en donde podrían intervenir los gozadores y no los hacedores.

La Academia Nacional de Gastronomía (este fue el primer nombre) nace de un modo informal   en 1974 siendo el Marqués de Desio el primer presidente honorífico y José María Alfaro su presidente ejecutivo. Eran tiempos en que los miembros la Cofradía de la Buena Mesa, que ya estaba en activo desde 1972, movieron los hilos para que se impulsara la Academia. 

A partir de su fundación como asociación el primer presidente fue el Conde de los Andes y Rafael Ansón como secretario general. Ansón, con su incuestionable experiencia como director general de Radio Televisión Española, sus contactos con el Poder y sus dotes en el campo de la comunicación política, se convirtió en la parte más activa de la Academia.

Imagen de los académicos de la Cofradía de la Buena Mesa.
Imagen de los académicos de la Cofradía de la Buena Mesa.

Como todas las asociaciones europeas de este género, (cofradías del vino y la cocina, academias de gastronomía y demás grupos relacionados con el buen beber y comer), tanto la Cofradía de la Buena Mesa como la Academia Española de Gastronomía la componían personajes de la política, empresa y la cultura, y menos de la gastronomía, como un instrumento social y de prestigio. Pertenecer a la Academia supone un plus de reputación social, como ser miembro de un club de golf o de un foro de empresarios de élite. En las mentes gourmands de sus primeros asociados planeaba la experiencia histórica de la cocina francesa por iniciativa de Auguste Escoffier en la segunda mitad del siglo XIX, que fue un cocinero relevante y que, por sus conocimientos culinarios como escritor, situó la cocina francesa en los altares, como un patrimonio nacional.

Mi dimisión

Tenía la idea entonces de que la Academia tendría los mismos estatutos de las agrupaciones o cofradías elitistas a base de comer en los mejores restaurantes y punto. Inmediatamente pensé que las razones que tuvieron para incluirme en esta élite social se debían a que la Academia se había remangado para convertirse en una verdadera academia de investigación y promoción de la gastronomía española, poniendo en práctica los verdaderos estatutos de estas instituciones. Especulé que buscaban un practicante del vino para formar parte de una mesa de trabajo y, por lo tanto, mi función sería más activa, en vez de sólo servir como un elemento de prestigio en mi tarjeta de visita. Sin embargo, no fue así.

En ese tiempo, mi actividad en el colectivo y la de todos los miembros se limitaba a unas risas durante los dos almuerzos anuales en sendos restaurantes y, si acaso, notificar en mis viajes báquicos algún restaurante rural como “inspector ocasional” de la otrora Guía de restaurantes Campsa (hoy Repsol) cuyo contenido era responsabilidad de la Academia. En aquellos años la Asociación sólo era un nombre alejado del frenesí culinario de una nueva generación de periodistas en quehaceres gastronómicos que veíamos la Academia como una asociación de mentes conservadoras de mesa y mantel. La creación en 1976 de la revista Club de Gourmets, con sus famosas mesas redondas, su Guía de Restaurantes y las primeras jornadas gastronómicas organizadas por el semanario Cambio 16, con los primeros intercambios profesionales entre cocineros, eran iniciativas más izquierdosas y liberales que minimizaban la Institución.  

Imagen de los cofrades académicos en un almuerzo.
Imagen de los cofrades académicos en un almuerzo.

No entendía que en la Academia se mezclaran algunos periodistas con un sobrado conocimiento culinario con personajes sólo por su significación social. Por ello, dada mi la nula actividad profesional en el colectivo, en voz baja, solicité mi dimisión en 1990. Es posible que tuviera una visión un tanto inocente de lo que era una academia de ese género en otros países, en los que en su mayoría prima la relevancia social de sus componentes. Aunque algunos académicos no estuvieran de acuerdo con la gestión de Ansón, sólo hubo uno que pidió la baja en voz alta: Xavier Domingo, que se anticipó unos años antes por reyertas personales con Rafael Ansón, con la acusación de su poder omnímodo en la Academia. Xavier y yo, por diferentes motivos, fuimos los dos únicos dimisionarios de la Academia. Aunque en algunos de mis correligionarios de la Academia persistía cierta ojeriza hacia Rafael, nadie dimitió.

Algunos de mis colegas de ciertos medios pensaron que la razón de mi baja era la misma que la de Domingo. Sin embargo, mi decisión se debía a que, durante el periodo de mi pertenencia -repito-, la organización apenas hizo nada en pos de la cocina y el vino en sintonía con su nombre y, por lo tanto, no me sentía a gusto. Dejé a un lado los rumores de que Rafael instrumentara su poder en la Academia para fines personales. Lo cierto es que, bajo su mandato como presidente, desde 1994 y después de mi renuncia, se hicieron en España las cosas más notorias en el campo de la gastronomía con la edición de algunos y lujosos libros de recetas y alguna incursión sobre nutrición con la firma de la Academia, gracias a la influencia y movilidad de Ansón. Es cierto que su poder e influjo eran lo suficientemente importantes como para que cada tres años fuera reelegido como presidente y, con anterioridad, secretario general desde 1980. En su última etapa llegó a contactar con el Rey de España, logrando la concesión en 2008 el estatus de “Real” a la institución. Con Lourdes Planas que ocupó el cargo después de Rafael y, sobre todo, con Luis Suarez de Lezo, actual presidente, la Academia ha alcanzado la notoriedad que no tenía en sus comienzos.

El hito más notorio de la ejecutoria de la Academia es el Premio Nacional de Gastronomía.  Su prestigio es lo que más luce, sobre todo en las escasas biografías de algunos de los agraciados. Un premio nacido en 1974 cuando un grupo de personas de cierta consideración social amantes del buen comer, pensaron dar al género culinario un enfoque cultural y educativo, materializándose en 1980 como “asociación sin ánimo de lucro”. Mi salida sin hacer ruido no impidió que la Academia me concediera el Premio Nacional de Gastronomía diez años más tarde.  

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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