Me volvió loco aquel mundo apasionante. Para remate, cuando estudiaba en Inglaterra, tuve la oportunidad de catar dos tintos californianos, un Beaulieu y un Inglenook. O sea, que mi afición me vino desde los vinos estadounidenses y no desde los vinos franceses, que sería lo más normal. Después, creo que, en 1962, fui columnista de vinos en Vogue y Casa & Jardín».
Me dijo, también, que era poco amigo de la cata a ciegas: «El consumidor no bebe a ciegas. Un buen catador debe dar el diagnóstico de un vino conociendo el desarrollo de esa marca y la bodega a través de su historia. No se puede dar una puntuación concreta a un vino sin saberse la línea de calidad que ha seguido su elaborador y su desarrollo de determinada manera, su carácter, qué se puede esperar de él. En las primeras ediciones hubo críticas de la élite técnica como si fuera un intruso, arriesgándose en la elevada precisión de datos que aparecen en el libro que, hasta el momento, era patrimonio de la clase enológica».
Me comentó que él trataba de hacer populares los conocimientos sobre vinos. Se definía como un vulgarizador porque «mis lectores son neófitos en su mayoría». Me comentó en la anterior entrevista, que Valladolid fue la primera zona vitivinícola en obtener un reglamento de protección del vino durante el reinado de Felipe II: «Efectivamente, me dieron un manuscrito, casi imposible de leer, que yo hice traducir al inglés y que reflejaba cómo debían ser los vinos de esa provincia en el siglo XVI, algo que ni de los vinos franceses he llegado a encontrar en un manuscrito semejante».
No quiso ser Master of Wine por su contenido muy técnico, pues se preguntan cuestiones sobre legislaciones, impuestos... cosas que no le interesaban en absoluto. Cuando le pregunté cuál había sido el vino más antiguo que había bebido, me respondió: «Un vino blanco alemán del siglo XVI, fue increíble. Estuvo vivo por muy poco tiempo, creo que dos minutos, luego murió. Era muy volátil, ligeramente avinagrado".