Los 100 puntos de la Guía Peñín: Castillo Ygay 2012 Gran Reserva, reinterpretando el clasicismo riojano

Hoy empezamos una ronda de artículos que bajo el título Los 100 puntos de Guía Peñín, hacemos un repaso por los vinos más emocionantes del año, los ocho mejores vinos de la Guía Peñín de los Vinos de España 2026, que pronto estará disponible en librerías de medio mundo. Nuestra primera parada nos lleva a la reinvención del clásico gran reserva riojano. Os contamos por qué.

La añada 2012 de Castillo Ygay llegó este año a nuestra copa con una fuerza y una personalidad arrolladora. Este vino se nos reveló como la demostración de que los clásicos riojanos pueden reinventarse sin por ello perder un ápice de genialidad. Se trata de una de las expresiones más técnicas y depuradas del clasicismo riojano reinterpretado desde la mirada actual del mundo del vino y de la importancia de la territorialidad de su origen. Una apuesta decidida y personal de Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga, presidente de la bodega, por recuperar y reposicionar la marca heredada Castillo Ygay. No buscó restaurar una marca histórica, sino proyectarla hacia el futuro fundiendo dos elementos importantes: el concepto clásico del gran reserva riojano y la territorialidad del origen, en su caso de su gran chateau riojano.

Cebrián vio en la enóloga María Vargas, directora técnica de la bodega y a día de hoy una de las figuras más respetadas del panorama vitivinícola español, la persona capaz de aportar la dimensión deseada a sus vinos. No se equivocó. Esta unión profesional marcó un punto de inflexión al fundir con precisión una visión técnica alineada con la tradición riojana, y todo ello con un profundo respeto por el terruño y con una ambiciosa visión empresarial. Con estos ingredientes nació el objetivo de reinterpretar el concepto de Gran Reserva sin alterar su esencia.

Castillo Ygay 2012 es un vino cuyas uvas proceden del viñedo La Plana, una de las parcelas más elevadas de la finca Ygay, a unos 485 metros sobre el nivel del mar. Un viñedo de suelo arcillo-calcáreo, que a ojos de sus creadores proporciona la estructura y frescura necesaria para vinos de larga guarda. Está compuesto por un 81% de tempranillo y un 19% de mazuelo que son vinificados por separado para preservar su tipicidad varietal.

En él destacan los matices terciarios de un vino sometido a una larga crianza. Junto a estos matices más clásicos sobrevuelan notas varietales y las notas más locales de sus suelos arcillo-calcáreos. Es un vino que tiene madurez, pero que a su vez despliega una rica acidez que equilibra al conjunto.

Este vino demuestra que los grandes clásicos pueden reinventarse desde dentro sin romper con su legado, con inteligencia, respeto y ambición.