El comercio secreto del vino español
José Peñín nos habla de aquel comercio secreto que había entre bodegas y zonas productoras extendido desde finales del siglo XIX.
Es frecuente toparme con amigos o personas que se defienden de su tiniebla enológica con la repetida frase “yo no entiendo de vinos, pero sé el que me gusta o el que no me gusta” Una locución de defensa suficiente, aunque reconozca que si supiera más de vinos la elección podría ser mejor.
Para ellos significa conocer los principios de la cata, zonas, variedades, elaboraciones, etc., e incluso su historia, cuando en realidad nada de esto es necesario para ser eficaz en la compra de una botella. Si un comprador tuviera la oportunidad de probar toda una terna de marcas antes de comprar y eligiera el que más le guste, habría recorrido el 80 por ciento de cultura necesaria para comprar de la forma más efectiva.
En el sector del automóvil, aún más extendido que el del vino, nadie piensa que un mecánico o un piloto de pruebas elijan el mejor coche para su uso personal, del mismo modo que para un simple comprador no es necesario saber de mecánica. Basta repasar los distintos modelos a través de las revistas o guías especializadas, para elegir el vehículo que mejor se adapte al uso y capricho de cada uno e, incluso hacer una prueba antes de adquirirlo. Tengo amigos que compran buenos vinos con la práctica de cambiar y probar, consultando alguna vez la Guía y anotando o memorizando aquellas marcas que les gustan. El saber más de esto les parece algo aburrido. De ahí la importancia de las puntuaciones de las guías que ayudan a la elección sin tener que empaparse de la cultura enológica.
Por lo general los mejores vinos para los neófitos coinciden con los de los expertos, como hemos comprobado en algunas catas mixtas. La diferencia gravita en que los segundos pueden explicar las causas de esa calidad y que, en vinos experimentales, menos comunes, son capaces de identificar la grandeza o el defecto, aunque antes no tuvieran registros del mismo.
No podemos olvidar que el vino es un producto de consumo y por lo tanto el conocimiento de las marcas por la práctica de beberlas es el factor principal para realizar una buena elección. Muchos neófitos creen que la cata es una asignatura superior si esta práctica la llevamos a los niveles profesionales para valorar y describir un vino. Digamos que un consumidor de calle entendería mejor el “probar” que catar. Los portugueses lo tienen claro cuando ellos definen a los catadores como “provadores” según su lengua.
He repetido hasta la saciedad que el mejor sumiller es aquel que conoce la calidad y el estilo de un determinado número de marcas que ofrece cada día, y menos por saber el tipo de suelo y poda de una viña que haya generado un vino en concreto. En ocasiones, esta cultura se convierte en una erudición peligrosa cara al comensal. Como dijo el político Francisco Silvela: “Ellos saben todo lo que no nos importa”. Por supuesto, no se refería a un sumiller.
Por otro lado, conozco a lectores del vino que disfrutan con la cata y apenas beben, del mismo modo que ciertos enólogos, con un profundo conocimiento técnico, beben bastante menos de lo que cabe suponer y no memorizarían más de dos o tres marcas, además de las propias.
En dirección contraria están los consumidores que beben y no catan porque van a piñón fijo. El consumidor agradece más que el amigo experto le oriente de marcas para beberlas, que en plan pelmazo le suelte toda una serie de relatos de suelos, clima, bodega, variedades e, incluso, historia del vino.
José Peñín nos habla de aquel comercio secreto que había entre bodegas y zonas productoras extendido desde finales del siglo XIX.
Ya están disponibles en la web de Peñín las puntuaciones de las nuevas añadas de los vinos españoles que estarán en el mercado en los próximos meses.
José Peñín nos habla en este artículo sobre el proyecto de Taboadella del Grupo Amorín, una bodega de capacidad media, de reciente instalación, con la ética de conservar las raíces varietales y territoriales.