El talento en el vino

20 May 2025

Talento es el valor innato en el que más atención ponemos cuando se refiere a alguien. Término que se fusiona con emprendimiento, o sea, aquél que acomete una aventura incierta, pero que le divierte o apasiona asumir el reto. Es tener ciertas habilidades con la visión, intuición e impulso como para llevar a cabo un proyecto complejo y difícil con humildad y seguridad en sí mismo al mismo tiempo.

Gente que no va a tontas y a locas pensando en el éxito personal. Son aquellos que no ponen el contador a cero en busca del éxito inmediato, sino a medio y a largo plazo. Cuando lo consiguen manifiestan que su aventura no ha sido tan difícil y piensan para sí cómo es posible que ese negocio que no se le haya ocurrido antes a otros.

Hace 7 años escribí un artículo sobre este asunto comenzando con una frase de Publio Siro, escritor de la Roma imperial: “Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”.  Para ello, como indica la Real Academia de la Lengua, es fundamental la inteligencia y como segunda característica la aptitud. Y con todo ello es imprescindible el tesón y trabajo.

Las bodegas son uno de los negocios más antiguos del mundo, siendo proveedores de materia prima. Con la aparición de las marcas, nace la competitividad.
Las bodegas son uno de los negocios más antiguos del mundo, siendo proveedores de materia prima. Con la aparición de las marcas, nace la competitividad.

La historia del vino español no está muy sobrada de talentos porque gran parte de los emprendimientos bodegueros vienen heredados desde las labores agrícolas de subsistencia. Las bodegas, como uno de los negocios más antiguos del mundo, pertenecen en gran parte a las sagas familiares que, durante centurias se limitaban a ser meros proveedores de materia prima. Desde el momento en que aparecen las marcas, nace la competitividad y la necesidad de aprender las fórmulas para producir el mejor vino e, incluso, saber venderlo. Y es ahí cuando aparece el talento de algunas figuras que están emergiendo en la actualidad. En el mundo del vino, como en otros géneros, han existido y existen personas capaces, por ejemplo, de lograr vinazos de cosechas generalmente de cosechas mediocres, observando que en su demarcación de trabajo existe un rincón de su viña que, por su ubicación geoclimática, el fruto ha sobrevivido mejor el descalabro climático, amortiguando para bien la calificación de la cosecha.

Las alternativas más frecuentes en este gremio son la de ese bodeguero que se empeña en imitar a los nuevos jóvenes de la enología reduciendo los sulfitos. Y lo hace mal. Hay otros que sabe hacerlo mejor, pero tienen a su clientela identificada con sus vinos y no se atreven a cambiar. Recuerdo una anécdota que me ocurrió con un bodeguero manchego hace más de 20 años, que no me enviaba las muestras porque sabía que lo iba a puntuar muy bajo. Me dijo que era capaz de hacer un vino mejor, pero no quería porque perdería a su clientela acostumbrada a sus vinos a pesar de sus carencias, con el temor de no poder sustituirlos por el mismo número de compradores afines a una mayor calidad porque sus vinos se parecerían a los demás. Hay otros que intentan imitar a los mejores, contando con el mismo nivel enológico y técnico faltándoles ese puntito de talento para alcanzar la gloria. El escaso número de marcas a partir de los 98 puntos se debe más a las cualidades de sus autores que a sus conocimientos vitivinícolas.  

Es esa inteligencia emocional que no trata de “vender el producto”, sino contar cada escalón de la ascensión profesional plagada de resistencias, amarguras y satisfacciones hasta alcanzar el éxito. La emoción de las historias personales y profesionales desde diferentes actividades y responsabilidades, pero con un punto en común: el talento y la pasión en la lucha. Es la llamada Inteligencia interpersonal que, como es bien sabido, es la capacidad de empatizar, comprender a los demás y entender sus estados de ánimo.

Los talentosos que conozco

Comenté en aquel artículo el ejemplo de Álvaro Palacios que, de vendedor de barricas y comenzando con muy poco dinero en un cuchitril de Gratallops, formó un equipo de lujo con el “arteenólogo” Joan Asens que supo entender su intuición. Pero la dimensión de Álvaro va más allá de la enología. Tuvo el genio y olfato para encontrar las mejores joyas del viñedo español. Supo estar en el sitio adecuado de los mercados de prestigio internacional para convertirse en la bandera del vino de calidad de nuestro país. Todos apostábamos, yo el primero, en que el valor del tinto L’Ermita se debía a la suerte de haber encontrado ese viñedo singular. Y en el Bierzo, la parcela La Faraona. Sin embargo, cuando me di cuenta definitivamente de su talento fue en la Rioja con su tinto Quiñón de Valmira.   

Álvaro Palacios.
Álvaro Palacios.

Estaba seguro de que Álvaro, con los mimbres vitícolas menos seductores de la zona baja de esa Denominación, en donde no brillaban marcas de lujo, sería incapaz de lograr la calidad de su priorat y bierzo. Y me equivoqué. Estoy completamente seguro de que, con todos sus escenarios agronómicos en manos de otros, no alcanzaría la grandeza que imprime este riojano. Eso es el talento.

Otro ejemplo es Juan Carlos López de la Calle, el patrón de Artadi. En los años 80 participó con otros 6 o 7 viticultores en la creación de una pequeña cooperativa de nombre Cosecheros Alaveses. Entonces su aspiración era hacer un tinto joven a la usanza alavesa. Lo que no me podía imaginar es que al fichar a un desconocido Benjamín Romeo y, más tarde su propia intuición innata, logró situar a sus vinos en los primeros puestos riojanos sin que sus escogidas parcelas fueran la ventaja para obtenerlos. Como colofón, tuvo el arrojo de salirse de la Denominación de Origen Rioja, no tanto por lograr más libertad y mejora en la producción de sus vinos, sino por la fe en su proyecto de calidad capaz de sortear la zona de confort de pertenecer a una demarcación famosa. El resultado es que sus ventas no se han resentido por esta huida. Lo que más me sorprende de Palacios y Lacalle es que su discurso verbal es predecible y no tan brillante como sus hechos. Quizá sus grandes atributos se hallan tan escondidos en sus cerebros que, por ser algo innato, son incapaces de transmitirlos con la palabra.

Juan Carlos López de la Calle.
Juan Carlos López de la Calle.
Telmo Rodríguez
Telmo Rodríguez

Benjamín Romeo, con su forma de ser tan identificable, extrajo el sentido común de las prácticas vitícolas tradicionales de su padre para crear vinos excepcionales que nada recuerdan al de sus antepasados.

Telmo Rodríguez, hijo de un empresario de la construcción que fundó la Granja Remelluri, quiso volar solo sin la interferencia paterna. Tuvo el acierto de juntarse con Pablo Eguzkiza, en un principio para “hacer caja” embotellando vinos de gama media de excelente precio calidad, para después poder financiar el proyecto vocacional, como era explorar terruños, escarbando en el paisaje y en las tradiciones agrícolas, para alcanzar hoy un prestigio internacional. Igualmente hay que señalar a Miguel Ángel de Gregorio, Vicente Cebrián, Enrique Forner, Jorge Ordoñez, Juan Gil. Y otros tantos que conozco y que se podrían añadir a la lista.

En mis libros y artículos siempre me han interesado las historias personales de quienes abandonan la comodidad de una actividad lucrativa y se introducen en uno de los negocios más difíciles, tardíos y cargado de emociones del mundo: la bodega y el viñedo. Me gustaría también, como un valor añadido, que estos personajes contasen los temores e inseguridades ante la incertidumbre de la próxima cosecha; el momento de las ilusiones perdidas cuando los elementos se ceban con su viñedo, pero sin cundir el desánimo; qué han sentido cuando el retorno de la inversión se eterniza e, incluso, nunca llega, pero perseveran en su lucha; lo que sienten cuando ven que una fruta del campo llega a convertirse en un vino excepcional; sus sensaciones cuando contemplan la naturaleza que alimenta sus viñas. Si uno profundiza en el alma del personaje se adentra aún más en el alma del vino. Y es que hacer vino no es solo un modo de vida, sino una filosofía de vida. Pero lo que más me asombra es que sin que estos citados genios del vino sepan más de vinos que los demás de su especie, mantengan los primeros puestos durante más de 30 años. Esto sin duda se debe al talento.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.