La llegada a nuestra copa de un vino oxidativo, tan complejo y expresivo como éste nos cautivó y nos permitió entender parte del pasado elaborador de la isla. Solera 116 es un vino revolucionario desde la sencillez de su origen. Es un canto a los vinos dormidos de Tenerife, vinos que elaboraba la gente pudiente de la Isla. Merece la pena conocer su historia. Estos vinos se hacían el año en que nacía un nuevo hijo y se guardaban hasta que éste se casara. Su elaboración no es un gran misterio: se vendimiaba la uva, se prensaba y el mosto obtenido se encabezaba, al estilo de las mistelas. En el caso de este Solera, el hijo al que iba destinado el vino nunca se casó, por lo que se quedaron las barricas olvidadas en un rincón de la bodega.
El primer heredero de estas barricas fue rejuveneciendo el vino cada año, como si de un vino de Solera se tratase. Cuando Dolores llegó a la bodega, se hizo cargo del vino y fue haciendo lo mismo que su anterior propietario. Parte de la esencia de este vino pasa por su lento proceso de fermentación. Al estar encabezado la fermentación va mucho más lenta y hace que el vino se haga de forma muy pausada, aportando infinidad de matices al vino. Este vino es un ejemplo más de los localismos del vino en España y especialmente de este rincón insular.