Slow food: el arte de comer y beber bien

16 January 2025

La cultura de la rapidez, de vivir sin pensar o vivir en automático nos castiga a diario en la sociedad moderna que nos ha tocado vivir. Comemos, bebemos, caminamos o dormimos por inercia, sin ser realmente conscientes de todo lo que hacemos. Pero es lo normal si quieres seguir el ritmo de vida de las grandes ciudades. No puedes quedarte atrás.

En esta vertiginosa corriente vital de hacer más de una cosa a la vez sin centrar toda nuestra atención a una única acción destacan ciertos movimientos que abogan por un estilo de vida más relajado, más consciente y equilibrado. De aquí nace la mentalidad slow en todas sus versiones.

¿Slow life?

Slow life supone una manera de vivir más calmada; defiende la desaceleración en todos los aspectos de la vida cotidiana buscando la conexión con nuestras necesidades reales y con el presente para evitar el estrés y el desgaste. Una filosofía de vida que invita a tomar decisiones de manera pausada y sensata, favoreciendo la introspección y la conexión con uno mismo para disfrutar del momento presente conscientes de todo aquello que nos rodea.

No es un estilo de vida lento, es vivir con propósito y atención, siendo conscientes de nuestras acciones y disfrutando del proceso y de cada paso y decisión.  

Existen múltiples acciones que puedes adoptar en tu día a día que te ayudarán a bajar el ritmo y dejarte llevar por la corriente slow como viajar con tiempo, equilibrar tu vida personal y laboral, dedicarte tiempo a ti mismo, desconexión digital o cocinar en casa.

Esta corriente de pensamiento se ha extrapolado a múltiples aspectos: trabajo, viajes y, sobre todo, la comida. Conviene destacar que si entramos en esta dinámica y forma de hacer frente a la vida tendremos innumerables personas a nuestro alrededor que hacen justo lo contrario. Entender y respetar a estas personas es una parte primordial para que no nos volvamos unos talibanes del movimiento. Queremos seguir teniendo amigos, ¿verdad?

¿Slow food?

Carlo Petrini, periodista, activista y fundador del movimiento Slow food.
Carlo Petrini, periodista, activista y fundador del movimiento Slow food.

Todos sabemos dónde se encuentran las papilas gustativas, pero ¿alguna vez te has parado a comer un plato saboreando cada bocado e identificando dónde sientes cada sabor? Comer es una necesidad básica, pero ¿somos realmente conscientes de lo que estamos comiendo y qué implica en el medio ambiente? ¿Hemos perdido la capacidad de disfrutar de una buena comida porque hemos desvalorizado el hecho de comer?

El movimiento Slow food nace en Italia en 1986 de la mano del periodista y activista Carlo Petrini. Surge como respuesta a la cultura del fast food (comida rápida) y a su impacto negativo en la salud y en la cultura. Defiende la idea de una relación más consciente, ética y sostenible, no solo con la comida sino también con el medio ambiente.

En 1989 se firmó el “Manifiesto Slow Food” en París, estableciéndose como organización internacional y en 2004, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la reconoció como organización sin ánimo de lucro e inició una relación con ella. De esta manera, pasó de ser una simple revolución en contra de la comida rápida a una red global que, en la actualidad, cuenta con millones de personas presentes en más de 160 países y agrupados en comunidades locales.

El movimiento Slow food surge como una necesidad imperiosa de bajar el ritmo de vida, de pararnos a ser conscientes de lo que comemos y lo que supone a nivel medioambiental, de volver a sentarnos a la mesa con nuestros amigos o familia y socializar, disfrutando de la compañía y de la comida, de reaprender a identificar los cinco sabores básicos que hemos interiorizado tanto que los hemos olvidado o, cocinar durante horas un elaborado plato.

Pero también hace referencia a los métodos de producción de la comida, a ser conscientes del tiempo y el cuidado invertidos, a apreciar la materia prima en su lugar de origen. Se resignifica el valor de comer, protegiendo tradiciones culinarias, volviendo a las recetas de nuestras madres y abuelas. Regresando a cocinar durante horas, a recuperar la conexión con la comida creando una relación sana, tradicional y profunda.

Su web oficial, fue creada con la misión de “cultivar una red mundial de comunidades locales y activistas que defienden la diversidad cultural y biológica, promueven la educación alimentaria e influyen en las políticas de los sectores público y privado”. Se trata no solo de cuidar el medio ambiente, sino también de intentar arreglar el daño causado durante las últimas décadas.

Se define como “un movimiento mundial que actúa unido para garantizar alimentos limpios, buenos y justos”. Valora el sabor y la calidad de las comidas, busca defender prácticas sostenibles y amables con el medio ambiente y aboga por proteger a los trabajadores con condiciones de trabajo dignas y precios justos.

Logo del movimiento Slow Food.
Logo del movimiento Slow Food.

¿Slow wine?

Los principios defendidos por el Slow food se ven reflejados cada vez en más ámbitos, siendo el mundo vitivinícola uno de lo más relacionados con la causa. Cada vez más bodegas buscan respetar al máximo su relación con el medio ambiente y defienden la producción y consumo de vinos sostenibles, de alta calidad y que reflejen la identidad y el terroir de su lugar de origen.

El terroir es el elemento fundamental en la personalidad de uvas y vinos.
El terroir es el elemento fundamental en la personalidad de uvas y vinos.

El slow wine es una iniciativa que aboga por el respeto al terroir, evitando manipular artificialmente el sabor o aroma del vino, dejando que las uvas y el vino hablen por sí mismos. Supone una vuelta a las tradiciones de cada zona vinícola para ofrecer productos con personalidad, al mismo tiempo que se centra en el cuidado del medio ambiente, el suelo y la biodiversidad de los paisajes y viñedos.

Se defienden alternativas biológicas o biodinámicas en los procesos de elaboración, la vendimia manual, la fermentación natural (evitar aditivos o insecticidas artificiales) o el envejecimiento natural (barricas de roble, por ejemplo). En general, el movimiento rechaza los procedimientos industriales, proponiendo alternativas biológicas y buscando opciones que respeten el proceso natural de crianza, para disfrutar del vino en su plena esencia.

Desde la página web oficial de Slow food se hace un llamamiento a unirse a este nuevo movimiento la “Slow Wine Coalition” definida como “una red mundial que reúne a todos los protagonistas de la industria para poner en práctica una revolución del vino caracterizada por la sostenibilidad ambiental, la defensa de la naturaleza y el crecimiento social y cultural de los campos”.

Bajo tres pilares fundamentales basados en la sostenibilidad ambiental, la defensa de la naturaleza y el crecimiento cultural y social de los campos celebró su primer gran evento en Bolonia (Italia) en 2022, alejando el vino del ámbito hedonista únicamente ligado al placer y acercándolo a un cambio de mentalidad, más cercano al mundo medioambiental.

Logo de Slow Wine Coalition.Logo de Slow Wine Coalition. Copyright: Slow food.

Vinos slow

Existen multitud de vinos que encajan a la perfección en este movimiento, tanto a nivel placentero, de disfrutar y entender lo que consumimos; como en el ámbito de sostenibilidad.

En nuestra guía podrás encontrar muchos ejemplos, como nuestro Vino Revelación Guía Peñín 2025, Simeta 2021, o muchos otros productores que se vuelcan en la sostenibilidad como eje central de su forma de vida y de trabajar; como puede ser el ejemplo de Alejandro Muchada y David Léclapart en Cádiz, con su proyecto Muchada-Léclapart y vinos como el blanco Etoile 2019.

Hay más proyectos, infinitos, en la misma línea, como el desarrollado por Ester Nin y Carles Ortiz, Familia Nin Ortiz, en tierras prioratinas y penedesencas. Selma de Nin 2018, es otro ejemplo vivo de vinos que reúnen parte de esta esencia vital de trabajar apegados más al terreno que a las posibles tendencias del mercado.

Si nos centramos en vinos que reúnan ese consumo lento, meditado y responsable, los de Manzanilla de Sanlúcar o los de Jerez, pueden responder plenamente a este concepto, pues sus tipologías históricas requieren hacer un consumo intelectual, donde sacaremos una mayor satisfacción a medida que leamos más sobre estos vinos y dedicándoles algo de tiempo en su degustación.

Sumidos en el vaivén acelerado y frenético que nos envuelve, la slow life te invita a parar. A ralentizar el ritmo de vida, a disfrutar de aquello que damos por sentado y que pasamos por alto. A degustar una buena comida, a invertir un rato con amigos o familia, a disfrutar de un hobbie para el que no tienes tiempo o a reconectar con la naturaleza.

“Imaginando un mundo en el que todos puedan comer alimentos buenos para ellos, buenos para quienes los cultivan y buenos para el planeta”, el movimiento slow ha llegado para quedarse y tentarnos a llevar una vida más calmada, disfrutar de las pequeñas cosas que nos rodean y valorar nuestras raíces y tradiciones.

    Escrito por Redacción

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